Si a Jorge Ramos, periodista inmigrante de origen latino, lo echa de una rueda de prensa, el despótico Donald Trump, por hacerle algunas preguntas incómodas, no cabe dudas que el sucio hedor del capital está en juego. Si 4.000 personas en las frías noches europeas cruzan la alambrada entre Serbia y Hungría delatan no solo la crisis económica creciente en Europa, sino la más cruda expresión que el capital empieza a cobrar victimas en su franja preferida, la de los más débiles, lo pobres.
En
Grecia, país abrumado por la tenaza de las deudas impagables han llegado hasta
hoy 160.000 inmigrantes de la maltratada Asia y de la indescifrable África.
Detrás de ese drama dantesco está camuflado la voracidad del capital de los
grandes oligopolios de Europa y Estados unidos. La mayoría de los inmigrantes
que llegan a Europa provienen de Libia, Siria, Afganistán e Irak; países estos
desangrados por la OTAN, con la idea única de apoderarse del petróleo y el gas
que jamás les ha pertenecido.
Como
si fuese el cruel y previsible viaje de un bumerang, hoy los habitantes de esos
países que Europa bombardea, son los inmigrantes que a regañadientes deben
atender, maltratar, matar, o soportar.
Los
más de 2000 kilómetros de la frontera Colombo venezolana no son tan distintos a
las alambradas divisorias y a los puertos de llegada de Europa. La gente común
y corriente se mueve en función del dinero. No importa de qué lado de la
frontera esté. No interesa la ideología
de los gobiernos de los países del cual se van o al que llegan. El capital se
las ingenia para operar a pesar de o en favor de cualquiera que gobierne o que
mal gobierne.
Por
ejemplo: las mafias del narcotráfico, de las guerrillas, del paramilitarismo y
del contrabando untan sistemáticamente a los militares de Colombia y Venezuela.
Hay oferta y hay demanda en ambos lados. Hay corrupción y aquiescencia política
en Bogotá y Caracas. En eso Maduro, Gaviria, Pastrana, Uribe y Santos no son
tan distintos. Todos rebuznan en momentos diferentes, pero la melodía les suena
igual.
Arteta
(2015), lo reitera, “el contrabando de gasolina, arroz, leche,
salsa de tomate o de maquinillas de afeitar es un negocio jugoso del que viven
ricos y pobres de Colombia y Venezuela. El contrabando llena bolsillos a unos
pocos y les mata el hambre a miles. Los alcaldes de frontera saben de estas
historias porque cepillan sus dientes con crema dental traída de Venezuela y
alimentan a sus hijos con leche subsidiada por el gobierno de Caracas.
Operadores privados y funcionarios corruptos venezolanos acaparan y embodegan
productos de primera necesidad para venderlos a sus pares colombianos. No hay
que buscar el muerto aguas arriba. Así funciona el capitalismo”.
La verdad es irrefutable: Colombia es el país de
Suramérica con más inmigrantes. Alguien debería preguntarle o preguntarse ¿Por
qué los colombianos abandonan el país más feliz del mundo (las encuestas lo
dicen a cada momento, lo del campeonato en felicidad, por supuesto)? ¿Por los
incesantes ametrallamientos? ¿Por la terrible injusticia? ¿Por el inmodificable
desempleo? ¿Por el degradante desplazamiento forzado? ¿Por inequidad, por
hambre, por miseria?
Dentro de poco la crisis con Venezuela se
reproducirá en la frontera con Ecuador y Brasil, gracias a los bombardeos y a
las fumigaciones en el sur del País. Si Rafael Correa de Ecuador y Dilma
Roussef de Brasil, presidentes de éstas naciones hermanas, cierran las
fronteras aburridos políticamente y afectados económicamente; RCN, CARACOL,
Uribe, Pastrana, Gaviria, Santos y demás ineptos de la politiquería nacional le
declaran la guerra del amarillo, azul y rojo a los vecinos. Las elecciones de
Octubre hacen el milagro de colocar a todas las cucarachas en la misma
alcantarilla.
La respuesta personal y por ende la
responsabilidad política para que la mayoría de los más de 4.000.000 millones
de colombianos que viven en Venezuela hayan emigrado la tienen los gobernantes
de Colombia entre los años 1980 y 2015. Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe por
partida doble y Santos con doble cuatrienio en sus espaldas: cómplices,
compinches y succionadores del capital no deben sacar a éstas alturas del paseo
un paraguas para amainar la crisis, no deben lanzar el agua sucia al majadero
Nicolás Maduro.
Nicolás Maduro está en lo que está. El dólar sube
como la espuma y el petróleo se desploma cada vez más. Cuando hay prosperidad
los vecinos y los opositores solo son sujetos políticos, beneficiarios, sin
importar que tengan beligerancia en lo moral, incluso. Pero cuando el capital
convierte las buenas épocas en crisis angustiante, los vecinos deben retornar
al seno materno y los opositores se convierten golpistas apátridas. El fantasma
de una catastrófica derrota en las elecciones regionales en Venezuela hace que
la economía colombiana que vive del contrabando que proviene del vecino colapse
irremediablemente.
Juan Manuel Santos, actual Presidente de
Colombia, ha sido Ministro de Hacienda, de Defensa, una y otra vez. En los
últimos 20 años ha ordenado recortes en el presupuesto, ha liquidado empresas
públicas, masacre laboral incluida, ha impuesto reformas tributarias para
empobrecer a los miserables y enriquecer a los de su casta. Disfrutó de un
tinto en su finca de la sabana cuando se implementaron los falsos positivos,
las chuzadas, los bombardeos, las masacres. Observó cómo se marchaban cientos
de colombianos a Venezuela y no hizo nada. Sí, se hizo más capitalista de lo
que era.
Gaviria, Samper, Pastrana y Uribe tan parecidos
ellos, en todo, ahora aparecen todos los días y a toda hora en RCN y CARACOL
dictando cátedras de patriotismo y humanidad. Ofreciendo ayudas a los
colombianos que ellos mismos obligaron a largarse fuera de Colombia. Cuando
estuvieron mamando del poder no hicieron nada. Sí, sí hicieron, hoy son más
poderosos y capitalistas de lo que eran.
Es un hecho, “puede
que los narcotraficantes, acaparadores, y contrabandistas no conozcan el mundo
de Nicolás Maduro, Juan Manuel Santos, Gaviria, Samper, Pastrana y Álvaro
Uribe, pero sí conocen el suyo. El suyo es el mundo de la economía subterránea
inseparable al capitalismo” (Arteta, 2015).
Detrás del drama injustificado de las
deportaciones de compatriotas están las elecciones en Colombia y Venezuela es
incuestionable. Están las mafias, el rebusque, el delito, la miseria, los
discursos, están los votos allá y acá. El patriotismo colombiano y las
camisetas amarillas lanzan el agua sucia hacia Venezuela. Pienso francamentemente
que al establecimiento colombiano con sus capitales oscuros y ensangrentados le
corresponden un porcentaje muy alto de esa suciedad. Debe quedar claro.
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