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miércoles, 22 de junio de 2016

El capital no tiene piedad

Si a Jorge Ramos, periodista inmigrante de origen latino, lo echa de una rueda de prensa, el despótico Donald Trump, por hacerle algunas preguntas incómodas, no cabe dudas que el sucio hedor del capital está en juego. Si 4.000 personas en las frías noches europeas cruzan la alambrada entre Serbia y Hungría delatan no solo la crisis económica creciente en Europa, sino la más cruda expresión que el capital empieza a cobrar victimas en su franja preferida, la de los más débiles, lo pobres.

En Grecia, país abrumado por la tenaza de las deudas impagables han llegado hasta hoy 160.000 inmigrantes de la maltratada Asia y de la indescifrable África. Detrás de ese drama dantesco está camuflado la voracidad del capital de los grandes oligopolios de Europa y Estados unidos. La mayoría de los inmigrantes que llegan a Europa provienen de Libia, Siria, Afganistán e Irak; países estos desangrados por la OTAN, con la idea única de apoderarse del petróleo y el gas que jamás les ha pertenecido.

Como si fuese el cruel y previsible viaje de un bumerang, hoy los habitantes de esos países que Europa bombardea, son los inmigrantes que a regañadientes deben atender, maltratar, matar, o soportar.
Los más de 2000 kilómetros de la frontera Colombo venezolana no son tan distintos a las alambradas divisorias y a los puertos de llegada de Europa. La gente común y corriente se mueve en función del dinero. No importa de qué lado de la frontera esté.  No interesa la ideología de los gobiernos de los países del cual se van o al que llegan. El capital se las ingenia para operar a pesar de o en favor de cualquiera que gobierne o que mal gobierne.
Por ejemplo: las mafias del narcotráfico, de las guerrillas, del paramilitarismo y del contrabando untan sistemáticamente a los militares de Colombia y Venezuela. Hay oferta y hay demanda en ambos lados. Hay corrupción y aquiescencia política en Bogotá y Caracas. En eso Maduro, Gaviria, Pastrana, Uribe y Santos no son tan distintos. Todos rebuznan en momentos diferentes, pero la melodía les suena igual.

Arteta (2015), lo reitera, “el contrabando de gasolina, arroz, leche, salsa de tomate o de maquinillas de afeitar es un negocio jugoso del que viven ricos y pobres de Colombia y Venezuela. El contrabando llena bolsillos a unos pocos y les mata el hambre a miles. Los alcaldes de frontera saben de estas historias porque cepillan sus dientes con crema dental traída de Venezuela y alimentan a sus hijos con leche subsidiada por el gobierno de Caracas. Operadores privados y funcionarios corruptos venezolanos acaparan y embodegan productos de primera necesidad para venderlos a sus pares colombianos. No hay que buscar el muerto aguas arriba. Así funciona el capitalismo”.
La verdad es irrefutable: Colombia es el país de Suramérica con más inmigrantes. Alguien debería preguntarle o preguntarse ¿Por qué los colombianos abandonan el país más feliz del mundo (las encuestas lo dicen a cada momento, lo del campeonato en felicidad, por supuesto)? ¿Por los incesantes ametrallamientos? ¿Por la terrible injusticia? ¿Por el inmodificable desempleo? ¿Por el degradante desplazamiento forzado? ¿Por inequidad, por hambre, por miseria?

Dentro de poco la crisis con Venezuela se reproducirá en la frontera con Ecuador y Brasil, gracias a los bombardeos y a las fumigaciones en el sur del País. Si Rafael Correa de Ecuador y Dilma Roussef de Brasil, presidentes de éstas naciones hermanas, cierran las fronteras aburridos políticamente y afectados económicamente; RCN, CARACOL, Uribe, Pastrana, Gaviria, Santos y demás ineptos de la politiquería nacional le declaran la guerra del amarillo, azul y rojo a los vecinos. Las elecciones de Octubre hacen el milagro de colocar a todas las cucarachas en la misma alcantarilla.

La respuesta personal y por ende la responsabilidad política para que la mayoría de los más de 4.000.000 millones de colombianos que viven en Venezuela hayan emigrado la tienen los gobernantes de Colombia entre los años 1980 y 2015. Gaviria, Samper, Pastrana, Uribe por partida doble y Santos con doble cuatrienio en sus espaldas: cómplices, compinches y succionadores del capital no deben sacar a éstas alturas del paseo un paraguas para amainar la crisis, no deben lanzar el agua sucia al majadero Nicolás Maduro.
Nicolás Maduro está en lo que está. El dólar sube como la espuma y el petróleo se desploma cada vez más. Cuando hay prosperidad los vecinos y los opositores solo son sujetos políticos, beneficiarios, sin importar que tengan beligerancia en lo moral, incluso. Pero cuando el capital convierte las buenas épocas en crisis angustiante, los vecinos deben retornar al seno materno y los opositores se convierten golpistas apátridas. El fantasma de una catastrófica derrota en las elecciones regionales en Venezuela hace que la economía colombiana que vive del contrabando que proviene del vecino colapse irremediablemente.

Juan Manuel Santos, actual Presidente de Colombia, ha sido Ministro de Hacienda, de Defensa, una y otra vez. En los últimos 20 años ha ordenado recortes en el presupuesto, ha liquidado empresas públicas, masacre laboral incluida, ha impuesto reformas tributarias para empobrecer a los miserables y enriquecer a los de su casta. Disfrutó de un tinto en su finca de la sabana cuando se implementaron los falsos positivos, las chuzadas, los bombardeos, las masacres. Observó cómo se marchaban cientos de colombianos a Venezuela y no hizo nada. Sí, se hizo más capitalista de lo que era.
Gaviria, Samper, Pastrana y Uribe tan parecidos ellos, en todo, ahora aparecen todos los días y a toda hora en RCN y CARACOL dictando cátedras de patriotismo y humanidad. Ofreciendo ayudas a los colombianos que ellos mismos obligaron a largarse fuera de Colombia. Cuando estuvieron mamando del poder no hicieron nada. Sí, sí hicieron, hoy son más poderosos y capitalistas de lo que eran.

Es un hecho, “puede que los narcotraficantes, acaparadores, y contrabandistas no conozcan el mundo de Nicolás Maduro, Juan Manuel Santos, Gaviria, Samper, Pastrana y Álvaro Uribe, pero sí conocen el suyo. El suyo es el mundo de la economía subterránea inseparable al capitalismo” (Arteta, 2015).

Detrás del drama injustificado de las deportaciones de compatriotas están las elecciones en Colombia y Venezuela es incuestionable. Están las mafias, el rebusque, el delito, la miseria, los discursos, están los votos allá y acá. El patriotismo colombiano y las camisetas amarillas lanzan el agua sucia hacia Venezuela. Pienso francamentemente que al establecimiento colombiano con sus capitales oscuros y ensangrentados le corresponden un porcentaje muy alto de esa suciedad. Debe quedar claro. 
     
  


    






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