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lunes, 19 de julio de 2010

La paradoja de los tontos (Intrarrelato)

El tonto No 1 le habló al oído sin mucha prudencia al Tonto No 2. Pienso que fueron algo así como 5 minutos de charla a baja voz. No se percibía ni debates cerreros, ni argumentaciones ostentosas. Tampoco amago de autoritarismo mesiánico por parte de Tonto No 1. No había estridencias en las manos sin semántica, ni inconformidades sustanciales por parte de Tonto No 2. Por la Novena baja una brisa mórbida y realmente fría, sin duda alguna es un bostezo ardoroso del rio Guatapurí. Pensé. Tonto No 2 toma la calle 17 y cruza a la izquierda en la Séptima, como quien va hacia el Almacén éxito del centro. Bebe obstinadamente un líquido amarillento, seguramente de Amway. Camina balanceándose con la mirada enterrada en el piso de concreto, estoy seguro que no sabe a qué va, ni por qué va, a lo que va. Yo tampoco. Eso lo sabe, taxativamente, quiero creer, Tonto No 1. 8 años después Tonto No 2 aparece risueño, como si nada. Le habla a Tonto No 1 al oído y ríen por espacio de 5 minutos, otra vez. Un aguacero infernal sube por la Novena y se detiene frente al Hotel Sicarare, cruza rugiendo hacia la mítica Plaza Alfonso López y regresa a la Cuarta para hacer cobrar ayudas humanitarias a los habitantes de la margen derecha del Rio. Tonto No 1 y Tonto No 2 se refugian de la lluvia rabiosa en un ventorrillo de pollos, creo que es La viña.
Tonto No 1 y Tonto No 2 piensan y comen el yogurt espeso que cuelga de las narices. Creen que la vida es eso. Afuera Valledupar se queda sin aliento para seguir aparentando, sin jibaros para más falsos positivos, sin esperanzas para el día siguiente que solo es reconocido en el gélido calendario, sin el último reggetton de moda. Afuera los subsidios asistencialistas del gobierno viajan a las alcantarillas en compañía de la inocencia de los Tontos, la mierda plutocrática de los avivatos y el más reciente éxito de Farid Ortiz. Pasa el Alcalde, baja la persiana polarizada, adentro huele a delito y cuenta a los tontos: 400.000. Los tontos ven pasar al alcalde, no saben que es una persiana polarizada, confunden delito con malicia indígena y lo cuentan como si fuera uno más de ellos: 1, 2 y 3. Y se ríen. Ni más faltaba.
Pasa la pobreza con su nueva indumentaria de miseria y los Tontos se creen de mejor pedigrí. Pasa el Gobernador enfundado en su caverna ideológica y le dan ganas de completar el trío en La Viña. Pasan los delincuentes y esperan por los Tontos. Los miembros del INPEC los saludan con una cortesía desmedida, parecen cofrades de vieja data, por algo son contertulios en el oficio y en su versión de la realidad; son reos de la connivencia más episódica, ¿no les parece? Los civiles apostados en la acera solitaria observan con algo de tolerancia aprendida en el catecismo de la cobardía y mucho de complicidad inducida en los manuales de las cadenas delictivas, para el caso da lo mismo. Pasan los honrados invisibles… ¿Dónde están? Y los Tontos se ríen, sin racionalidad para hacerlo, pero con todos los derechos constitucionales garantizados para hacerlo. Pasan los vivos, de vitalidad, pero no respiran, ciertamente. Pasan los muertos e invitan a la conmemoración del más allá a los Tontos. Ellos, apenas, le hacen mofas estólidas. Riegan las babas en la mesa Rimax y descorren el mantel de cuadros azules y rojos hasta cubrirse las rodillas. Pasan los dirigentes y los Tontos los confunden con los beneficiarios sombríos de los subsidios de Acción social. Los muchachitos del INPEC saludan desde la carroza de atrás. Escoltan la escoria. Se los imaginan nadando alegremente en las lagunas de oxidación al lado izquierdo de la vía perfectamente asfaltada que va al Municipio de la Paz. Pasan los electores, en fila, como si fueran zombies, hasta noto una sonrisa en sus rostros. Eso fue lo que comentó Tonto No 1 y escupió una masa verde en el piso ajedrezado. Pasan los docentes para el cajero automático sin rubor alguno, vestidos de finquero: poncho de arriero paisa, carriel reluciente, camioneta último modelo y el aliento apestando a old parr, y el acto educativo, aunque cueste creerlo reposa en la UCIE; Unidad de Cuidados Intensivos Escolares, la dependencia de moda de toda institución escolar que se respete. Ya olvidaron el sonsonete aburrido de: ¡abajo la bota militar¡ y, por supuesto, ya no queman banderas gringas. Pasan los estudiantes conectados a monumentales recipientes de anestesia de la mejor calidad, fuman cigarros de la más fina petulancia e inhalan polvillos tipo exportación de estupideces. Ah, cantan el himno nacional en inglés, llevan manillas tricolores y repiten con misticismo la publicidad de Colombia es pasión, pero algo si dejo en claro; no saben quién es Alfredo Molano Bravo. Pasan los católicos convencidos, los cristianos sugestionados, los pederastas fatuos y un tipo elegante que hace llamarse Dios desde hace mucho tiempo. Pasan los militares investigados y contagiados de soberbia, los policías embebidos de poder, la DIAN con las jeringas dispuestas para aplicar las respectivas vacunas, el ejército derrotado por las demandas sobre derechos humanos y un tipo gallardo que hace llamarse Presidente. Los agentes del INPEC desfilan, muy, pero muy de cerca, con los grilletes en las manos y a los pobres, como para variar, les molesta la exhibición malintencionada en contra de los héroes de la patria. Dios y el Presidente se sientan amistosamente con Tonto No 1 y Tonto No 2. No alcanzo a ver que sucede adentro. Los chismosos en uso de sus facultades legales se agolpan en las puertas de La viña, reemplazando con lujo de detalles a los periodistas serios que se fueron al exilio y a la despampanante como servil Vicky Dávila. Una canción dulzona y alicorada de Silvestre Dangond suena en la tienda de la esquina. Les hablo de la Novena con 17. Valledupar, año 2010, el santuario infatigable de la música vallenata, a quien el sarcástico Miguel Chavarro Buriticá, llama con mucha razón: Mangodupar
La terrible lluvia la autorizan sin acudir a las causticas directivas ministeriales o a las ordenes iracundas y en diminutivos de los insoportables consejos comunales desde el restaurante. Me marcho, convencido una vez más, que el tonto soy yo, los 4 del restaurante y los otros 399.995 al parecer son del mismo equipo.

1 comentario:

Jefferson dijo...

Compadre, una crítica exelente, esperemos no seguir del lado de los tontos. Creo que estar del otro lado es mejor... pero mantener los principios actuales.
Buena por la UCIE, están más ciegos que Leandro Díaz aquellos que siguen creyendo que los cambios de la educación actual son para mejorar.
Barrera.J

 
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