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sábado, 22 de noviembre de 2014

PODEROCRACIA A LA COLOMBIANA


Algunos colombianos creen, ilusos ellos, obcecados a rabiar, demasiado diría yo, que la democracia es un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes. Otros sueñan con que la suma de crecimiento económico y justicia social es la que mejor define el concepto de democracia.
Para Germán Uribe, columnista de la Revista SEMANA, los poderosos del país: llámense empresarios, las guerrillas, las entidades religiosas, los partidos políticos (¿existen?), los paramilitares, las Bacrim, el ejecutivo, la rama judicial, el legislativo, las empresas privadas y publicas, la fuerza publica, las entidades educativas, todos y todas han secuestrado históricamente la democracia, acunando un sistema político que ninguna facultad de Ciencias políticas reconoce, pero que su práctica aberrante a todos les parece normal y lógica: la Poderocracia.
La Poderocracia es un seudo-sistema político que defiende la soberanía de los poderosos y el derecho de los que ostentan el poder a elegir, a elegirse, o a señalar al elegido sin que exista alguna formula legal o ilegal por parte del pueblo para controlar a dichos gobernantes. La concentración de la riqueza y la injustica social son la columna vertebral del catecismo de los poderócratas.
Los poderócratas no han necesitado votos ni programas sociales políticamente correctos para gobernar por tanto tiempo: el dinero para comprar conciencias ha sido suficiente hasta hoy. La corrupción es la tinta indeleble con que se ha escrito la historia poderocrática de ésta republiqueta bananera donde nacimos. La educación esclavista, ultracatólica, ultraconservadora, excluyente y retardataria es la imagen que completa con precisión el paisaje lúgubre de nuestras desgracias.
Diversas y juiciosas investigaciones probaron y comprobaron a través de los años con inusitada claridad que la falta de educación adecuada era la causa concreta de la obstinada desigualdad social que aun padecemos. En la misma fotografía veíamos crecer las luminosas postales de los grandes emporios económicos y a la reina del Departamento del Huila decir sin ruborizarse que Nelson Mandela era uno de los organizadores del Reinado Nacional de la Belleza que se celebra en Cartagena. Los ricos en lo suyo y la reina en representación del pueblo en lo suyo.
La “política de seguridad democrática”, el monstruo creado por el uribismo, reitera Germán Uribe, en últimas no fue otra cosa que la protección a la producción y a la inversión por encima de cualquier interés del orden social. Y una de las tantas secuelas de ello fue la brecha cada vez más amplia que se hizo sentir entre los productores e inversionistas privilegiados y el resto de la sociedad. Los ricos se multiplicaron… pero los pobres también. 
Esa alevosa multiplicación de poder y riqueza se hizo a partir de apoderarse a las buenas o las malas de la contratación pública. Ellos, los poderosos, sin ningún apego ético, aceptaron el cogobierno de los grupos violentos, se tomaron fotos con ellos, pero después negaban a moco tendido que para el momento del registro fotográfico ellos supieran que abrazaban efusivamente a los delincuentes. La historia canallesca del elefante a espaldas de Ernesto Samper se repetía.
La infame multiplicación de los pobres con sus harapos de desplazado o migrante eran la fresa que completaba el postre en los cruces melancólicos de los semáforos y en los sardineles relucientes de los lujosos centros comerciales que se inauguran alrededor de las zonas marginales de las ciudades intermedias de Colombia.
Ésta simple reflexión deberían cubrir de vergüenza a quienes promueven o amparan el sistema capitalista imperante como si se tratase de la panacea que soluciona los problemas apremiantes de los más vulnerables. La clase política, la clase empresarial, los comerciantes de la fe, los grupos ilegales, el estado… el pueblo raso.  Unos por ser victimas sin pedírselo a nadie por escrito y otros por poseer los genes del delito afincados en los apellidos.
La Poderocracia en Colombia es dueña de las tierras productivas, las industrias exitosas, El sistema financiero que les presta el dinero que no es de ellos, para que se enriquezcan sin arriesgar un peso y con las ganancias obtenidas puedan ampliar sus propiedades y sus cuentas bancarias. Es dueña de la Selección de fútbol y de los dineros pírricos del aficionado común y corriente que ahorra hasta el autoestrangulamiento económico, pues primero está el “oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal” y los goles de James Rodríguez, que los pronósticos pesimistas y cuasi apátridas que hace el profe Osmen en su último libro, Caín y Abel también “perdieron” el año.   
En España, leí por ahí, que un puñado de profesionales y gente del común, bajo el sugestivo nombre PODEMOS, tiene en jaque a la Poderocracia ibérica. La democracia española sin castas está tocando las puertas de la dictadura del dinero y la aristocracia de los reyes. El avance irreversible de la miseria, el resurgimiento del terrorismo, la degradación de la calidad de vida, pero sobre todas las cosas, el empecinamiento de una clase política poderosa por no ceder los espacios gubernamentales a otras tendencias ideológicas, hacen parte del agotamiento absoluto de la paciencia del pueblo español.
Los españoles de quienes por desgracia heredamos, como afirma, el siempre recordado García Márquez, rasgos humanos colectivos, “tenemos en el mismo corazón la misma cantidad de rencor político y de olvido histórico”. Por tal razón votamos por nuestros enemigos, por aquellos que no se parecen a nosotros, por esos que por ser ricos no se robarían el erario público, por aquellos que se untan de pueblo para las épocas en que compran con nuestro dinero, nuestro futuro.
La Poderocracia nacional: la de Santos, Uribe, Mancuso, Timochenco, Sarmiento Angulo, Pacific Rubiales, Pékerman, Clara López, Juanes, las FARC, Shakira, CABLENOTICIAS y las Bacrim; tal cual los españoles, Cristóbal Colon, Rodrigo de Bastidas  y demás reos hispánicos nos eternizaron, insiste Gabo, “un estado colonial, con un solo nombre, una sola lengua y un solo Dios”.
No sobra decir que aquí sigue la misma población civil de hace 500 años, con el signo peso dibujado en las frentes tostadas por la mala vida, esperando al mejor postor, a cualquier poderócrata, para hipotecarle el futuro del país. La publicidad de los poderosos #soycapaz hoy más que nunca huele a mierda, a estiércol humano, para ser más moderado.         



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