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viernes, 2 de abril de 2010

La profesión docente: De la vocación y el apostolado a las garras del caos.

La concepción de la escuela en calidad de entidad social complementaria de las tareas que le competen a la familia, por estos días aparece, nuevamente, en el territorio de las más álgidas discusiones. No porque los insumos sustanciales que provee la familia sean los esperados por las comunidades escolares. Por el contrario, se cree, que esos materiales afectivos, espirituales y axiológicos han sido devorados por el caos de la sociedad y la labor del equipo familiar es cada vez más ineficaz, al punto que la escuela se ha convertido en el descampadero preciso para que los niños y jóvenes “huyan” de sus hogares. Pero la institución educativa a la cual “huyen” los estudiantes tampoco es agradable. Por tanto la situación particular de ellos es de constante evasión. Prefieren crear una burbuja inexpugnable a espaldas de las problemáticas sociales que supuestamente deben solucionar en el futuro cercano, repleta de sonidos inenarrables y de contenidos escapistas que alinderan su espacio existencial. “La educación como reproductora de la cultura, las estructuras sociales y económicas paseando por las estrategias de clase”; queda, como lo que es: una rutilante teoría de Bourdieu. Nada permea esa zona angustiante donde las perspectivas de los niños y jóvenes solo alcanzan para hacer apología de héroes difusos y de rebeldías inexplicables. Cabe acotar, que para ese tiempo, vocación y apostolado eran unos conceptos románticos e imprescindibles para enseñar en las escuelas. La imagen mística del maestro acompañado por sus sumisos aprendientes es una película en blanco y negro digna de la mediocre programación cinéfila de la semana santa. Sin embargo los estudios especializados en Cuestión docente en general confirman, que las exigencias expresadas por la sociedad a las instituciones educativas están lejos de ser satisfechas. Si se tiene en cuenta los postulados de Bourdieu, paralelo a la reproducción de los bienes culturales, sociales y económicos que la sociedad necesita para desarrollarse y que es según éste Sociólogo Francés, la función primordial de la educación; es obvio que a la par de estos insumos “buenos”, entren a la escuela sin tarjeta de invitación la escoria que impide el progreso que la sociedad requiere. Sabiendo de antemano, por lo menos en Colombia, que la educación en un alto porcentaje solo ha servido para expandir de manera criminal la desigualdad social. Ha sido entonces, más fuerte, persistente y efectivo el rasgo endémico en los ámbitos escolares que la vocación apostólica del otrora maestro. “Si la escuela sanciona y legitima un sistema de hábitos y prácticas sociales”; como lo expresa Mercedes Ávila, explicando las posturas de Bourdieu, estamos en presencia de una de las tantas manifestaciones de la violencia simbólica, de la cual la institución educativa es experta y sus maestros especialistas connotados. Entonces, si afuera el condimento principal de la sociedad es el caos, no podemos esperar un atributo distinto dentro de las escuelas.
Formar seres humanos en tiempos de caos ya no es, por tanto, un obstáculo para los docentes que asisten a las instituciones educativas: es lo que hay. Es una oportunidad valiosa e ineludible para cuestionar el tipo de formación que constituye la esencia del maestro moderno. La institución educativa debe encargarse de sus errores protuberantes y de sus éxitos glamorosos. Deben hacer rupturas éticas, epistemológicas, científicas y axiológicas, el caso de algunas instituciones del Cesar y del país, que formaron en sus aulas a la mayoría de delincuentes que saquean el erario público y que se asociaron con todo tipo de forajidos para conservar sus caudas electorales. La sociedad colombiana está a la espera de esas explicaciones, porque no basta con exhibir los mejores puntajes en las pruebas de estado, es necesario que revisen y asuman públicamente esa tenebrosa coincidencia que se gesta entre sus “maravillosos” proyectos educativos institucionales y el escabroso papel de sus egresados en el concierto delictivo del país.
Está claro que el acto educativo es un ámbito político en donde las relaciones se construyen alrededor de las esferas del poder. Ese poder está enmarcado por ese consustancial dilema en el cual el maestro se debate entre formar un ser humano inteligente, libre-pensador, crítico, reflexivo y conectado a las diversas vertientes de la realidad a través de la racionalidad, la investigación, la consulta y la producción cognitiva. Un sujeto político capaz de tratar las pequeñas cosas sin perder de vista la metáfora de la universalidad, cohesionando los saberes individuales con las dudas colectivas y, por supuesto, exponiéndose todos los días a las argucias sociales sin caer en las divagaciones y las creencias, pero por supuesto, teniendo en la ciencia y la creatividad los conceptos adecuados para reemplazar el anacrónico binomio que persiguió a la profesión docente por muchos años: vocación y apostolado. O, se puede, seguir en lo mismo: hacer de la escuela un espacio desagradable en donde maestros y estudiantes “huyen” de ellos mismos. Avergonzados de “transmitir”, o hacerle el mandado a las editoriales y al gobierno de turno, que para el asunto en discusión es lo mismo, refrendando contenidos “prioritarios” pero que nadie le encuentra sentido y a pocos les importa, porque no tienen aplicación racional en la realidad. Un maestro atado a viejas consignas retardatarias que se destiñeron en el fuego de los nuevos axiomas teóricos, cuya autoridad sigue autoavalada con los gritos envestidos de paternalismo improbable y los castigos como muestra de vulnerabilidad intelectual. Víctimas y reproductores de un caos del cual nadie se hace cargo estos docentes añoran los viejos tiempos. Quisieran volver al uso de la violencia física, para sobrevivir a las diversas formas de agresión escolar muy populares en estos días. Quisieran que el listado de calificaciones fuese el arma predilecta para establecer la obediencia como regla insobornable. Quieren seguir siendo el centro inmaculado del proceso de enseñanza y aprendizaje. Los portadores del saber. Los epígonos del conocimiento. Pero el mundo cambió y ellos se quedaron rememorando los títulos rutilantes que pernoctan en sus diplomas. Quieren ser respetados y comprendidos por ese ínfimo dato académico que los respalda. Entre la espada y la pared que la sociedad les ha inventado, el caos aparece como un endriago que los devora a cuenta gotas. La vocación y el apostolado que los hizo indispensables por muchas décadas fueron convertidos en añicos por una realidad devastadora. No se dieron cuenta que el docente debe estudiar todos los días sin descanso lo de su disciplina y las temáticas universales, para desarrollar las conexiones pertinentes que les permita asociar estructuras y coyunturas teóricas/cotidianas en la constante búsqueda de razones válidas para seguir investigando. El caos crecía en los alrededores de la escuela y la educación se refugiaba cobardemente en su cómoda morada. Nadie presagiaba que afuera los gobernantes, los medios de comunicación, los empresarios, los delincuentes y sus áulicos armaban una celada criminal para mantener a la educación dentro de los edificios escolares. Leyes, crisis, terrorismo, desempleo, hambre, miseria, pobreza, autoritarismo, clientelismo y criminalidad no hacían parte de los currículos, pero si decidían en silencio y con la complicidad de la escuela el nuevo modelo de gobierno en el país. Mientras tanto la institución educativa seguía anclada en el pasado tratando de recuperar los valores simulados del teatro católico negando sus prácticas aborrecibles y debatiendo temas desconectados de las realidades de los estudiantes, con las tesis más puritanas y ultraconservadoras que generan exclusión, señalamientos, persecución y muerte. La profesión docente regresaba a sus viejos esquemas. Aún con más horas de inglés, paquetes informáticos, redes sociales y otro milenio frente a sus narices el caos impedía redefinir el futuro de los niños y jóvenes.
Ser docente, supera, entonces, el debate inacabable sobre qué se enseña, para qué se enseña y porqué se enseña. Se busca un maestro autor de sus prácticas; investigador, lector, productor, que crea (de creencias, no de creatividad) poco y que dude mucho. Buscador infatigable de herramientas y rutas. Mediador, acompañante, de oídos despiertos, de pensamiento accesible, que no busque objetivos ni persiga los halagos. Que sepa que recomenzar siempre es mejor que encontrar. Que alargar la vida a través de la utopía del conocimiento es mejor que 5x8 y más seductor que las nimiedades insufribles de las teorías de la metafísica. Se busca un maestro…

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