NACIONALIDAD:
COLOMBIANA (Parte 1)
Ya
lo dijo Jorge Luis Borges, el inefable escritor argentino, con su acostumbrada
ironía conceptual: “ser Colombiana o
Colombiano es un acto de fe”. Una respuesta emocional y racional al mismo
tiempo. Un significado muy general, pero con un profundo rasgo de verdad que
sobrecoge. Somos según los últimos estudios sobre la felicidad en los seres
humanos, el país más feliz del mundo. Paralelo a tan inusual resultado de esa
encuesta aplicada a no se sabe que tipo de compatriotas, también la reputada
Prueba internacional PISA, instrumento evaluativo diseñado por la OCDE, que
mide las Competencias de los estudiantes de Educación básica en Matemáticas,
Ciencias y Lectura nos confirma que, por lo menos en lo que respecta a
Comprensión lectora, los estudiantes Colombianos “no entienden lo que leen”, razón por la cual, expresan algunos
expertos en la materia, ostentamos el fastuoso galardón de Campeones del mundo
en ese tema tan sofisticado, como improbable que se denomina: felicidad. Contradictorio,
cierto.
Las temidas Pruebas PISA evalúan,
según lo afirma el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación de
México, “si los estudiantes tienen la
capacidad de reproducir lo que han aprendido, de transferir sus conocimientos y
aplicarlos en nuevos contextos académicos y no académicos, de identificar si
son capaces de analizar, razonar y comunicar sus ideas efectivamente, y si
tienen la capacidad de seguir aprendiendo durante toda la vida”. Mientras
tanto nuestros niños y niñas se forman en Instituciones educativas en donde se
habla más de lo que se hace y se respeta a personajes y simbologías impuestas
sin que tales entidades se merezcan o se hayan ganado tal respeto con
argumentos confiables y expuestos con la mayor cantidad de honestidad posible.
Por tanto las Pruebas internacionales preguntan por asuntos que no hacen parte
de las respuestas que nuestra vida cotidiana y mucho menos académica propicia
en las aulas de clase.
Para las colombianas y colombianos la familia
es muy, pero muy importante, pero en los últimos tiempos le ha salido un competidor
de alto pedigrí que le disputa mano a mano el sitial de privilegio: Dios. Para cerca
del 90 por ciento de los colombianos este ser divino y omnisciente es
imprescindible en su vida. Al punto que, además de estar presente en el
vocabulario cotidiano y profesional de todos, es responsable (estoy hablando de
Dios, obviamente) de todo lo que les pasa. Si es positivo y de conveniencia, se
dice: gracias a Dios. Si es negativo y se opone al pensamiento propio, el
comentario innegociable es, fue porque Dios así lo dispuso. A fin de cuentas y
tatuado en el pedernal del ideario colectivo, se dirá sin buscar más
responsables que: Dios sabe por qué hace sus cosas. A pesar de estar rodeados de una pobreza
extrema heredada de generación en generación, una miseria galopante que agobia
a la mayoría de la población, un conflicto armado interno interminable, eso no
parece ser suficiente para borrarle a nuestros coterráneos esa inmensa sonrisa
que obliga a los extranjeros, a sentirse atados a esa mágica publicidad que
reza: “Colombia; el riesgo es que te
quieras quedar”. A todas luces, contradictorio, cierto.
Para un
porcentaje relevante de colombianas y colombianos la comunidad LGTBI con sus
respectivos espacios conquistados en un estado social de derecho como el
nuestro; y por supuesto, la despenalización del aborto avalado por la Corte
Constitucional “nunca se justifican”. Se prefiere seguir siendo una sociedad
ultrareligiosa, medieval, fundamentalista y superconservadora sin tener en
cuenta que los Derechos humanos hace mucho rato prevalecen sobre las creencias
divinas. Sin embargo el colombiano
promedio sin importar el estrato social donde vive, el nivel profesional que
detenta y la calidad de vida que lo hace enorgullecer o sentirse excluido,
absurdamente cree en el cielo, pero no en el infierno. Contradictorio,
nuevamente.
Por el simple
hecho de poseer la ciudadanía colombiana nos ha tocado ser cómplices por
omisión o acción directa de muchísimos desmanes en contra de las minorías
sociales del país. Hemos colocado los votos necesarios para que haya falsos
positivos, chuzadas, fumigaciones, desplazamientos y muerte. Ser colombiano o
colombiana es observar con tristeza la manera como ciertas poblaciones
pauperizadas al máximo enaltecer a personajes y grupos criminales por la
increíble e histórica ausencia del estado en muchas regiones de la patria, en
el sentido que estos sacerdotes del delito han sido quienes han construido
carreteras, viviendas, puentes, aeropuertos y puestos de salud reemplazando en
el imaginario político de estos pueblos la imagen lejana, centralista y
corrupta de los gobiernos de turno que solo hacen presencia en las pantallas de
la televisión con el Himno Nacional a las 6 de la mañana y a las 6 de la tarde.
En todo caso es normal que los colombianos increíblemente se jacten de tener la
democracia más sólida del continente. Inentendible, cierto.
De hecho, la
mayoría de los Colombianos, según la Revista Portafolio, “manifiestan sentir tristeza porque en el exterior se reconozca más al
país por sus problemas que por sus aspectos positivos y le atribuyen el
estereotipo a la información divulgada por los medios de comunicación
internacionales, que muchas veces <distorsionan y exageran la información>”.
Ser colombianos y patriotas furibundos no nos puede volver amnésicos.
Recordemos toda esa inmensa historia de crímenes de lesa humanidad que están
descansando infamemente debajo de los lujosos tapetes de la aristocrática
sociedad colombiana.
La oprobiosa generación de victimarios siguen ocupando los
más encumbrados cargos del estado y de las Empresas privadas sin ruborizarse
siquiera. La victimas en cambio no han podido, ni podrán demostrar que las
tierras que les robaron eran suyas, por tanto encima de esa extensa fosa común
en que se convirtió la geografía colombiana se seguirá cultivando el desarrollo
para las élites y la miseria para los peones de esas élites. Sin embargo la
mayoría de nuestros connacionales están muy satisfechos con la vida que tienen.
Incomprensible, cierto.
Mientras tanto,
no nos debe caber duda, que la lesión en la rodilla del estupendo delantero
colombiano Radamel Falcao García, el estrambótico carnaval de Barranquilla, la siempre
melancólica semana santa, los rostros perverso-sonrientes de los politiqueros
en los afiches para las elecciones de Marzo, el esperado CD de El Mono Zabaleta
y Rolando Ochoa hacen parte de la más perfecta cortina de humo para decir, como
todo colombiano o colombiana que se respete: Dios proveerá. En fin:
contradictorios es la palabra que debe aparecer en algún lugar de nuestra
cédula de ciudadanía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario