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domingo, 27 de julio de 2014

NACIONALIDAD: COLOMBIANA (Parte 1)

Ya lo dijo Jorge Luis Borges, el inefable escritor argentino, con su acostumbrada ironía conceptual: “ser Colombiana o Colombiano es un acto de fe”. Una respuesta emocional y racional al mismo tiempo. Un significado muy general, pero con un profundo rasgo de verdad que sobrecoge. Somos según los últimos estudios sobre la felicidad en los seres humanos, el país más feliz del mundo. Paralelo a tan inusual resultado de esa encuesta aplicada a no se sabe que tipo de compatriotas, también la reputada Prueba internacional PISA, instrumento evaluativo diseñado por la OCDE, que mide las Competencias de los estudiantes de Educación básica en Matemáticas, Ciencias y Lectura nos confirma que, por lo menos en lo que respecta a Comprensión lectora, los estudiantes Colombianos “no entienden lo que leen”, razón por la cual, expresan algunos expertos en la materia, ostentamos el fastuoso galardón de Campeones del mundo en ese tema tan sofisticado, como improbable que se denomina: felicidad. Contradictorio, cierto. 
Las temidas Pruebas PISA evalúan, según lo afirma el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación de México, “si los estudiantes tienen la capacidad de reproducir lo que han aprendido, de transferir sus conocimientos y aplicarlos en nuevos contextos académicos y no académicos, de identificar si son capaces de analizar, razonar y comunicar sus ideas efectivamente, y si tienen la capacidad de seguir aprendiendo durante toda la vida”. Mientras tanto nuestros niños y niñas se forman en Instituciones educativas en donde se habla más de lo que se hace y se respeta a personajes y simbologías impuestas sin que tales entidades se merezcan o se hayan ganado tal respeto con argumentos confiables y expuestos con la mayor cantidad de honestidad posible. Por tanto las Pruebas internacionales preguntan por asuntos que no hacen parte de las respuestas que nuestra vida cotidiana y mucho menos académica propicia en las aulas de clase.
Para las colombianas y colombianos la familia es muy, pero muy importante, pero en los últimos tiempos le ha salido un competidor de alto pedigrí que le disputa mano a mano el sitial de privilegio: Dios. Para cerca del 90 por ciento de los colombianos este ser divino y omnisciente es imprescindible en su vida. Al punto que, además de estar presente en el vocabulario cotidiano y profesional de todos, es responsable (estoy hablando de Dios, obviamente) de todo lo que les pasa. Si es positivo y de conveniencia, se dice: gracias a Dios. Si es negativo y se opone al pensamiento propio, el comentario innegociable es, fue porque Dios así lo dispuso. A fin de cuentas y tatuado en el pedernal del ideario colectivo, se dirá sin buscar más responsables que: Dios sabe por qué hace sus cosas. A pesar de estar rodeados de una pobreza extrema heredada de generación en generación, una miseria galopante que agobia a la mayoría de la población, un conflicto armado interno interminable, eso no parece ser suficiente para borrarle a nuestros coterráneos esa inmensa sonrisa que obliga a los extranjeros, a sentirse atados a esa mágica publicidad que reza: “Colombia; el riesgo es que te quieras quedar”. A todas luces, contradictorio, cierto.
Para un porcentaje relevante de colombianas y colombianos la comunidad LGTBI con sus respectivos espacios conquistados en un estado social de derecho como el nuestro; y por supuesto, la despenalización del aborto avalado por la Corte Constitucional  “nunca se justifican”. Se prefiere seguir siendo una sociedad ultrareligiosa, medieval, fundamentalista y superconservadora sin tener en cuenta que los Derechos humanos hace mucho rato prevalecen sobre las creencias divinas.  Sin embargo el colombiano promedio sin importar el estrato social donde vive, el nivel profesional que detenta y la calidad de vida que lo hace enorgullecer o sentirse excluido, absurdamente cree en el cielo, pero no en el infierno. Contradictorio, nuevamente.
Por el simple hecho de poseer la ciudadanía colombiana nos ha tocado ser cómplices por omisión o acción directa de muchísimos desmanes en contra de las minorías sociales del país. Hemos colocado los votos necesarios para que haya falsos positivos, chuzadas, fumigaciones, desplazamientos y muerte. Ser colombiano o colombiana es observar con tristeza la manera como ciertas poblaciones pauperizadas al máximo enaltecer a personajes y grupos criminales por la increíble e histórica ausencia del estado en muchas regiones de la patria, en el sentido que estos sacerdotes del delito han sido quienes han construido carreteras, viviendas, puentes, aeropuertos y puestos de salud reemplazando en el imaginario político de estos pueblos la imagen lejana, centralista y corrupta de los gobiernos de turno que solo hacen presencia en las pantallas de la televisión con el Himno Nacional a las 6 de la mañana y a las 6 de la tarde. En todo caso es normal que los colombianos increíblemente se jacten de tener la democracia más sólida del continente. Inentendible, cierto.  
De hecho, la mayoría de los Colombianos, según la Revista Portafolio, “manifiestan sentir tristeza porque en el exterior se reconozca más al país por sus problemas que por sus aspectos positivos y le atribuyen el estereotipo a la información divulgada por los medios de comunicación internacionales, que muchas veces <distorsionan y exageran la información>”. Ser colombianos y patriotas furibundos no nos puede volver amnésicos. Recordemos toda esa inmensa historia de crímenes de lesa humanidad que están descansando infamemente debajo de los lujosos tapetes de la aristocrática sociedad colombiana. 
La oprobiosa generación de victimarios siguen ocupando los más encumbrados cargos del estado y de las Empresas privadas sin ruborizarse siquiera. La victimas en cambio no han podido, ni podrán demostrar que las tierras que les robaron eran suyas, por tanto encima de esa extensa fosa común en que se convirtió la geografía colombiana se seguirá cultivando el desarrollo para las élites y la miseria para los peones de esas élites. Sin embargo la mayoría de nuestros connacionales están muy satisfechos con la vida que tienen. Incomprensible, cierto.

Mientras tanto, no nos debe caber duda, que la lesión en la rodilla del estupendo delantero colombiano Radamel Falcao García, el estrambótico carnaval de Barranquilla, la siempre melancólica semana santa, los rostros perverso-sonrientes de los politiqueros en los afiches para las elecciones de Marzo, el esperado CD de El Mono Zabaleta y Rolando Ochoa hacen parte de la más perfecta cortina de humo para decir, como todo colombiano o colombiana que se respete: Dios proveerá. En fin: contradictorios es la palabra que debe aparecer en algún lugar de nuestra cédula de ciudadanía.

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