POR UN DÍA
Jugamos a ser dioses y el
destino nos castigó con la injusticia.
Jugamos a ser infalibles y
la vida nos enseñó el hielo de la soledad,
La hipocresía de los
colores en tu rostro y la sabiduría de los estúpidos.
Jugamos a ser dioses y Dios
nos enseñó los miedos insertos a la piel.
Jugamos a ser inmutables y
la muerte nos reveló el valor de la vida,
La candidez de los besos
primigenios y el dulce de las promesas superfluas.
Un Dios soberbio concibió
la indelicada forma del odio,
Insinuó las mil maneras del pecado del amor,
Inventó el veneno que
acicala el beso despiadado,
Promovió la infinita y
desmedida conmemoración del dolor.
Me quedaré en la cueva de
los miedos esperando el vino de uva,
Vislumbrando la flecha
herida en el canto del pájaro inocente,
Mascullando los argumentos
que nadie osa creer
Y entonando la oración de
tu nombre en la lapida que me pertenece.
Jugamos a ser dioses y la
publicidad puso mi rostro en tu futuro.
Jugué a no equivocarme y mi
apellido engalanó tus frustraciones,
Fuimos de la mano al abismo
entrañable de la felicidad
Y nos atragantamos de la
espuma exquisita de la fantasía.
A cuatro manos inventamos
la ceremonia del jugo de naranjas
Y nos fuimos derrotados
cada cual por su lado
A lanzarle alaridos
enardecidos a la luna
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