En estos días de Mundial de futbol, de la etapa final los diálogos
de paz en la Habana y del recorte criminal que el gobierno de Juan Manuel
Santos le ha hecho al presupuesto de Colciencias, el país sigue imbuido
drásticamente en la parodia discursiva del amarillo, azul y rojo. Y eso está
bien que ocurra.
En estos días en que los Alcaldes de los diferentes Municipios de
Colombia acuden a medidas coercitivas, por tanto desesperadas, como la ley
seca, el toque de queda o el día de la bicicleta por cuenta de un partido de
futbol, porque es eso, un partido de futbol, el país sigue visibilizando la
violencia y dándole la razón a los apóstoles del odio, porque los decretos que
se firman indican que la educación que ofrece el estado y las instituciones
privadas no ha servido para frenar la violencia de los festejos que propicia
una victoria deportiva.
Históricamente las medidas de fuerza aparecen cuando la educación
no cumple con ese estribillo final que se le ha endosado siempre, y que en
general es más propaganda que realidades, la palabra mágica es integral.
Y digo que es un concepto intangible, porque en nuestro país da
igual el desprestigio, la calidad o las pésimas condiciones educativas en que
se forman las personas, pues de una u otra manera la mayoría hacen parte o son
cómplices de esa masa amorfa que asiste a las caravanas para festejar el
previsible resultado de un partido de fútbol.
Los vándalos que le hacen daño a la sociedad y los bien-educados
que se emocionan (y están en todo su derecho) por el mismo partido de fútbol,
se enfundan en la camiseta de la paranoia y terminan convertidos en la misma
cosa: un endriago tricolor que amenaza con tragarse a sí mismo, a nombre
de un coctel violento y venenoso: cohesión social (el futbol une),
patriotismo (la tierrita es la tierrita) y las redes sociales (propaganda
masiva gratis).
No es violento el futbol en sí mismo a pesar que es un deporte de
contacto, pero al paso que va, correrá la misma suerte del boxeo, al cual le
han quitado toda la propaganda masiva en la mayoría de los países del mundo por
su terrible brutalidad, y solo se le puede ver en la televisión por suscripción.
Los actos brutales que ocurren en los festejos por la victoria a
veces pírrica en un partido de fútbol es un golpe bajo a las instituciones
sociales y educativas del país. Si los criminales ataviados de hinchas cometen
acciones delictivas es normal, pero si los bien-educados son cómplices de estos
hechos, participando de la misma comparsa, son iguales ante los ojos
desprevenidos de un colombiano común y corriente. Y de hecho tienen el mismo
porcentaje de responsabilidad en el desmadre que se provoca.
A nadie parece importarle y pedir que importe es una utopía lo que
se juega en la etapa final de los diálogos en la Habana. En el imaginario
obtuso de la mayoría la paz es una palabra sin significado concreto para nuestra
sociedad.
Cuántos de los hinchas desenfrenados, patrioteros de una república
platanera, participantes frenéticos de los festejos de un partido de fútbol, es
eso solamente, entienden el sentido de las Ciencias para un país
subdesarrollado. Cuántos de ellos saben con qué se come esa palabreja
denominada Colciencias. Para qué sirve, a quién le sirve…
Mientras el proceso de paz es la única esperanza para abordar una
convivencia eficaz y verdadera para la próximas generaciones de colombianos y
Colciencias es el Instituto que ha de proveer de progreso científico y
civilista a nuestros niños y jóvenes para siempre, la selección de futbol de
James Rodriguez y compañía, le traerá beneficios económicos precisos a los
futbolistas que están en Brasil, a los dueños de Cervecería Águila, a los
propietarios de los pases de los jugadores y a los empresarios que venden y
re-venden futbolistas como si fuesen mercancías de uso limitado. Eso está
avalado éticamente por muchos.
Está claro que los resultados de nuestro seleccionado en el
Mundial de futbol para Colombia han provocado muchísimas alegrías y un número
considerable de muertos y lesionados. Para los colombianos, según García
Márquez, “un éxito resonante o una derrota deportiva pueden costarnos tantos
muertos como un desastre aéreo. Por la misma causa somos una sociedad
sentimental en la que prima el gesto sobre la reflexión, el ímpetu sobre la
razón, el calor humano sobre la desconfianza. Tenemos un amor casi irracional
por la vida, pero nos matamos unos a otros por las ansias de vivir”. Para
qué sirve la educación, entonces…
Pues el estado al tomar medidas restrictivas de las libertades
humanas para los partidos de la selección de fútbol visibiliza y le da etiqueta
de importancia máxima a la violencia.
Los violentos han conseguido volver a una escena de la cual nunca
se han ido. Se frotan las manos pues han derrotado a la educación: la buena y
la pésima. Los violentos y sus propagandistas de algunos medios masivos de
comunicación colocan a los des-educados y a los bien-educados en el mismo
costal. El fútbol es la causa, el patriotismo es el persuasor y la verdad que
es la educación no es una prioridad.
Giovanni Sartori lo dice con extremada claridad: “vivimos ahora
en un mundo repleto de persuasores ideológicos para quienes la <causa>
tiene prioridad sobre la verdad”. Que
el partido de fútbol sea más importante que el recorte del gobierno a
Colciencias o que la construcción de una paz duradera para todos, tiene que ver
es con el sitial de incertidumbre que Colombia le ha dado a la educación. Y no
se trata de dineros invertidos, que quede claro.
No se trata de David Ospina o Rodolfo Llinás…Pues en un país como
Colombia cada uno de ellos ha aportado una cuota importante para estar en lo
que estamos. Aunque creo posible ser racional, leerse 12 libros al año,
celebrar los triunfos de la selección de fútbol… y continuar vivos.
No es imposible cantar el himno nacional, saber las recetas de
Pekerman, madrear a los rivales, ingerir unas cervezas, arrodillarse al dios colombiano
del futbol, no ir a la caravana, comprar o no comprar la camiseta… y continuar
vivos.
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