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martes, 15 de abril de 2008

DIDÁCTICA PARA DIFUNTOS (cuento)

El maestro extendió la vista hasta el final de cada rincón del salón de clases. Exploró con los cuchillos recién afilados los miedos ocultos, le avisó sin indulgencias bíblicas a todas sus frustraciones y descargó con la mini uzi de sus dedos todos sus odios a todos. Saquen una hoja. Los estudiantes obedecieron mirando el piso. Ese era el cielo, para el momento. El maestro empezó a disparar ebrio de erudición. ¿Qué es coherencia y cuáles son sus implicaciones lingüísticas en las comunidades hispanoparlantes contemporáneas? ¿Qué es tal cosa que nadie sabe? ¿Quién fue un tal mengano y porqué zutano implementó la teoría pluscuaperfecta que a nadie le interesa? Treinta y cinco cadáveres listos para la necropsia de los odios. Treinta y cinco charreteras brilladas con el heroísmo de los diccionarios. Treinta y cinco halagos con bufandas y Old Parr. Treinta y cinco ceros adjetivados de euforia. Treinta y cinco reprobados sin estilo de vida. El maestro repasó con deleite los ceros, los subrayó con morbo, les tomó una fotografía con el celular. La lengua de lobo solitario cabalgó en los dientes. Fáciles. Dijo. ¿Para qué sirve eso? Le preguntó la esposa fantasmal desde la alcoba. Para nada. Quiso ser irónico. Entonces tu trabajo no sirve de nada amor. Inquirió el fantasma de la esposa. Si, sirve para frustrarme de vez en cuando, para morirme sin sarcasmos, para matar la fiesta de las expectativas, para que todos tengan miedo de estar vivos…

El maestro al día siguiente olía a rosas blancas, los zapatos de charol lo hacían ver inmenso encima de dos estrellas fulgentes. Dijo: Buenos días. Nadie contestó. Repitió el saludo. Nadie contestó. Reclamó respeto y decencia. Nadie le refutó. Dejó los exámenes con los treinta y cinco ceros en el escritorio. Algo por dentro le amargó la tarde. Todas las tardes.

Todo olía a oraciones pordioseras, a súplicas mesiánicas y a dolor anarquista. Se alejó sin despedirse de sus muertos. Ese día renunció a su actividad criminal de toda la vida. Tiene pesadillas gramaticales y largas jornadas de ajedrez en ruso. Fantasmas verbales lo atormentan enseñándole la ingeniosa retórica de la Z. Los demonios semánticos lo persiguen por los intestinos de un monstruo amarillo lleno de significados en afgano. Cumple con la cadena perpetua impuesta por el estado: una pensión vitalicia por haber masacrado la vida de muchos. Le sabe a sangre.
El maestro extendió la vista hasta el final de cada rincón de la sala de la funeraria. Exploró todo. Y comprobó que lo había hecho de nuevo. Se alegró… Muchachos, la exposición de mañana, reemplaza la prueba que íbamos a hacer hoy. Se alegró… Todo seguía oliendo a rosas blancas a pesar de todo.

1 comentario:

Karen Stefanie dijo...

me gusto ese cuento... atte karen

 
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