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martes, 15 de abril de 2008

QUINTIN OBEDECE (cuento)

La calle olía a los almidones de la abuela. La noche baja hasta las alcantarillas. Son las 3 de la mañana. Varios muertos adornan el alba. Quintín saborea el chicle del día anterior. La vida es un chicle del día anterior. Las sirenas de la Policía retumban a lo largo de la Séptima. Recogerán los muertos y rociaran con agua la sangre espesa. Las sirenas regresan por la Séptima y Quintín sabe con lamentable precisión que su turno se acerca poco a poco. De nuevo la noche. Los olores reviven la jauría de la noche. La Séptima y el "Boliche" aguardan por la desgracia. Quintín busca a Pamela. La barra está repleta de cabrones y putas. Pamela atiende a un jíbaro, le entrega un fajo de billetes, recibe bazuco para amainar las noches interminables, recibe un beso en la boca que sabe a vinagre casero. Quintín observa la transacción vital. No se ofende, pero sus labios putean la vida. Pamela, también putea la vida. Hola belleza: que hola ni que hijueputa. Le contestó sin observarle la misma cara de siempre. Te hacía muerto, Ayer no ocurrió, talvez hoy, talvez mañana, nadie sabe. Lo miró detenidamente. Hueles a los almidones de la abuela: a muerto quieres decir. Quintín pidió una Costeñita. Siéntate belleza, el muerto invita: olvídate tengo mucho trabajo. Quintín insiste. Te vas a negar a la última voluntad de un difunto: desde luego. Pamela se perdió en la noche. Quintín apuró la cerveza, pagó por última vez, observó puta a puta, cabrón a cabrón, jíbaro a jíbaro, escuchó las sirenas por la Séptima, recordó segundo a segundo los últimos 10 años en que vagabundeó por la vida y se gozó la porquería de existencia que había tenido. Pudo haber huido. Por la suela de los zapatos le penetró otro poco de miseria. La miseria le pareció caliente, por lo menos en ese momento. En el centro de la calle la policía masacraba a 2 parroquianos. Les colocaban vestimenta militar, papeletas de marihuana, pistolas sin municiones, un prontuario, una vida formal. El chasquido de la mini uzi oficial lo hizo orinar. El segundo retumbar de la recámara vacía le recordó los consejos de mamá Cristina. Quintín 5 por 8 siempre es 40: eso no era lo que quería recordar. Quintín no te orines fuera del bacinete: eso a quien le importa ahora. El proyectil solo recorrió 30 centímetros. La pantalla gigantesca del Teatro San Jorge chorreaba sangre, por lo menos así pareció. Las crispetas de maíz estaban realmente saladas. Le dije a la rubia que había mantenido ocupada mi mano derecha y sus cinco dedos. Olía bien al fin y al cabo. Buena película, cierto. Intenté ser amable. ¿Cuál película? Me contestó, estirando las piernas larguísimas, me agradeció con un beso enredado en los dedos, me dejó con las ganas de continuar la tarea de mi mano derecha y sus cinco secuaces. Tú tiempo se acabó idiota. Quintín rodó por el piso y su sangre espesa mañana por la mañana sería rociada con agua. Las sirenas de la policía cantan a los oídos de todos, menos a los míos y a los de Quintín. Hijueputas… ....

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