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miércoles, 16 de abril de 2008

CUANDO SEA POR LA VIDA (Articulo)

Palabras claves: Vida, guerra, polarización, sociedad, ignorancia, política, oscurantismo, orden social, medios masivos de comunicación, democracia, pobreza, miseria, Colombia, sistema educativo, patriotismo, marchas, ley, justicia, gobierno, estado, minoría, realidad, decisiones.
Cuando las sociedades deciden por cuenta propia dirimir sus diferencias a partir de esgrimir cada cual lo peor de la condición humana, esa sociedad expresa a través de esas decisiones el deterioro de su sistema educativo y, por tal, un infinito desprecio por la vida. Cuando los extremos de las situaciones llegan a tal punto de polarización política y social se presume que la racionalidad es sin duda alguna el elemento esencial para aclarar lo que es oscuro y para potenciar las fortalezas que posee todo el conjunto de la sociedad. Se cree que la educación debe ofrecer luces y abrir ventanas en los lúgubres túneles de la ignorancia que campea. Se piensa que solo es ignorante precisamente aquel que no conoce la totalidad conceptual de un asunto. O, que, de contera, a pesar de manifestar algún nivel de formación intelectual enceguecido por los intereses, las conveniencias y lo que profieren los medios masivos de comunicación, vive en exacerbada comunión con lo que perjudica a la mayoría. Una sociedad que no estudia o que los estudios que recibe son mediocres, por obvias razones confunde con facilidad lo abstracto y repite inexorablemente las ideas que los demás piensan sin detenerse a explorar con antelación lo que dice o hace. Este tipo de sociedades en general ayudan a preservar un orden social inmodificable, poseen una larga tradición democrática y practican las políticas de subsidios como uno de los caminos expeditos para fabricar pobreza y miseria. Cualquier parecido con la realidad colombiana es pura coincidencia. Pero si lo dicho con anterioridad no permite sustentar en algo los males de nuestro país, es necesario recordar “que los españoles conformaron un estado colonial con un solo nombre, una sola lengua y un solo Dios, dando la sensación de un país centralista y burocratizado. Creó una sociedad que era un modelo oscurantista de discriminación racial y violencia larvada bajo el manto del santo oficio”[1]. Eso fue hace 550 años. Hoy el panorama es igual o peor. Tenemos un estado virtual donde se gobierna lo que no existe. Tenemos un montón de compatriotas que viven la vida a través de la vida otros, lo cual termina indicando que tampoco tienen claro en que país viven. Dicho de otra manera, la única forma de justificar que una sociedad con una mayoría aterradora de la población en condiciones de miseria comprobada, no por el DANE, obviamente, elija cada 4 años y reelija al mismo verdugo por otros 4, con la intención de otros 4, manifiesta sin ambages una ignorancia difícil de adjetivar o la más perfecta sincronización con los contenidos perversos de los medios masivos de comunicación, que en su mayoría funcionan de acuerdo con lo que dice el gobierno, los empresarios o los dueños de las millonarias pautas publicitarias. A parte se nos ha vendido envuelto en papel regalo que “este es un país peligroso pero valeroso, la gran mayoría de la sociedad está compuesta por seres valientes que salen cada mañana desarmados a las calles a luchar por la vida, a trabajar y a crear. Sin embargo se ha extendido la creencia de que los valientes son los tenebrosos guerreros que necesitan andar armados hasta los dientes y que se jactan de perdonar a todos los demás el atrevimiento de existir”[2]. Lo anterior puede ser un trozo por demás pésimo de una película de Stallone o de Bruce Willis. Pero no. Es la realidad colombiana que se pasea de manera invisible. Que ronda incansable intentando visibilizarse pero es imposible porque el país se quedó ciego de tanto ver lo que no necesita. La confusión es generalizada y cada quien dependiendo del bando que defiende ofrece argumentos increíbles, con cifras inimaginables y con el coro celestial de los áulicos que profesan la lealtad como código y el patriotismo en calidad de impronta indeleble. La parodia de los malos y los buenos aparece entonces como salmuera y como panacea. La fiesta de las opiniones descansando en las urnas innegables de las encuestas son la dictadura que gobierna insisto lo que no existe. La música de la muerte por otro lado no reposa. Siempre las victimas siguen en la fila esperando turno. Siempre. Los de la fila son los inconfundibles colombianos de los estratos bajos que luchan por un carné o un subsidio económico para obtener entonces si el aval que les permita morirse en la puerta de los hospitales como todo colombiano que se respete, ojala cubierto en la tricolor para orgullo de la patria que terminó matándolo. En este instante solo falta que alguien coloque el himno nacional y levante emocionado una cerveza águila de Julio Mario Santodomingo, acompañada por la figura excitante de una modelo paisa. Y ahí está la foto del día. Ah, perdón, faltaba decir, que no sobraría que se propiciara un partido de fútbol del siglo, en el cual le ganáramos a Argentina 5 a 0 otra vez, para seguirnos creyendo lo que no somos, y porqué no, para seguirnos matando entre nosotros mismos por cuenta de lo que somos desde el mal chiste que siempre le endilgamos al destino. Otra vez. De todas maneras otro elemento sustancial en ésta tragicomedia colombiana ha sido la barbarie y la crueldad de los grupos al margen de la ley, de las fuerzas del estado y del actual gobierno. En ese marco macabro y aterrador en las marchas de centenares de colombianos clamando justicia, se percibe que “el trasfondo de las convocatorias es solamente para profundizar y radicalizar odios y posturas entre los buenos y los malos de los más mediáticos acontecimientos de los últimos días del país” [3] En el fondo la radiografía de la realidad apunta, de alguna manera, hacia una nueva situación de orden electoral que desbocaría en otra reelección del actual mandatario, porque al parecer la minoría gubernamental que maneja el país no le es suficiente 8 años de corrupción, crímenes y arrodillamiento al gobierno norteamericano, se debe seguir profundizando la crisis de los pobres y mejorando aun más la situación de los ricos. En ésta arremetida intencionada y malévola de los medios masivos de comunicación la sociedad civil indiscutiblemente seguirá protestando. Quizás por obtener una mejor educación para que los niños y jóvenes por lo menos sepan a partir de la construcción de pensamiento que sucede y qué tipo de sociedad van a heredar. Talvez para desafiar el cinismo de una clase política que el 45% se encuentran encarcelados por vínculos directos con las mafias paramilitares y otro 35% huye de la endeble y precaria justicia colombiana, que de todas maneras como función principal no tiene castigar de manera severa los crímenes de nuestros congresistas. Caminar por las calles y los campos de Colombia para protestar es la nueva cultura social que se observa. No importa que esas marchas no conmuevan al presidente para propiciar un acuerdo humanitario. Tampoco para que los grupos guerrilleros liberen a los secuestrados y, mucho menos, para que los paramilitares devuelvan las tierras, señalen las tumbas y asuman los cientos de asesinatos necesarios para merecer lo que contempla la ley de justicia y paz. La impunidad total. Caminemos cuando sea por la vida. Porque a la manera de Imre Kertesz, premio Nóbel de literatura de nacionalidad Húngara, todos los connacionales “estamos hartos de que los asesinos y negadores de la vida proclamen a voz en cuello, ser ellos la vida”. Nuevamente cualquier parecido con la realidad colombiana es pura coincidencia. Caminemos cuando sea por la vida, pero a la ves reconozcamos que en cada uno de los colombianos “cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo[4] Caminemos para reclamar con algún rasgo de valentía incluso aquello que despreciamos: la vida.
[1] García Márquez Gabriel. Por un país alcance de los niños. Documento final: Colombia al filo de la oportunidad. Misión ciencia, educación y desarrollo. 1992. P. 50 [2][2] Ospina William. Colombia en el planeta. Gobernación de Antioquia. Secretaría de educación y cultura. Dirección de cultura. 1998. P. 5 [3] Chavarro Miguel. Yo no marcho el 4 de febrero. Revista: escuela y tinta. Ministerio de educación nacional. Santa fe de Bogotá. P. 2 [4] Op. Cit P. 55

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