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miércoles, 16 de abril de 2008

Clase de geometría (Cuento)


Las dos mil implicaciones reales de un ángulo de 180 grados explicadas por un maestro de religión desesperado por encontrarle razones divinas al par de líneas que se encuentran en un punto de encuentro poco explicable y sin argumentación sustentable (por lo menos desde de mi decadente ignorancia geométrica), era la única inspiración que poseía Paula para hacer lo que le tocaba en ese instante culminante: No había tenido una cita amorosa en los últimos 7 días. Un ángulo de 180 grados es el espacio terrígeno que Paula necesitaba para colocar en el lejano agujero que sirve de punto coincidente a sus larguísimas piernas, el último invento tecnológico para predecir lo que pasa allá adentro (lo anterior hace parte de una suposición personal, bastante absurda, creo). El tampón de ojos azules entra y detecta ansiedades (Traducción: deseos geométricos y tontos; deseos tontos con demanda y oferta). Ellas (estamos hablando de las piernas que observaron por última vez al tampón) que habían sido su orgullo en las pasarelas de la calle en donde los piropos abundaban, pero eso no alcanzaba para disminuir la ansiedad de los días después de la descarga. Voy hablar de la ansiedad de los días después, porque referirme a piernas hermosas, a tampones, a situaciones de la arquitectura interna de una joven llamada Paula, no le interesaría a nadie y el cuento podría parecer escrito por un alucinado vanguardista que jamás ha competido con un tampón por un campeonato mundial, en una esquina oscura bajo la lluvia, sin un peso en el bolsillo, con la luz cortada y el papel higiénico atollado en la garganta del inodoro. Ansiedad sentía Paula. Volvamos a los 180 grados en los cuales Paula estuvo por 45 segundos. Toda una vida sucediendo en la verticalidad que nacía en el piso de mosaicos blancos y se insertaba en el cruce de caminos: la cúspide de la que tanto he querido referirme hoy. Le excitó por momentos. Cubrió el único dorado que le consiguieron los conquistadores españoles a nuestras indígenas con una minúscula panties color violeta. Paula de todas maneras y sin comentármelo prefería los tampones a las consecuencias poco predecibles de la cita con aquel aspirante a algo más. Los cerros tutelares de Bogotá empiezan a cubrirse de nubes asqueantes y contaminación Mexicana. Paula prefería saber qué pasaba allá adentro por la información viscosa de un buen tampón de ojos azules (lo de los ojos azules no lo he podido comprobar, pero los prefiero pensar así que de otro color) que las pesquisas que pudiese hacer un amigo bajo la lluvia, en una esquina oscura, los bolsillos vaciados, los recibos vencidos del servicio de luz eléctrica y el rollo de papel higiénico haciendo cola en la boca de una alcantarilla.

Sin embargo la mano mansa de poeta modernista del amigo al cual no quería referirme paseaba y paseaba. 10:00 de la noche. Nadie tiene frío. El ángulo de 90 grados es suficiente para una noche bogotana. ¿Quién inventó el ángulo de 180 grados? Quien patentó los tampones les hizo saber que sus derechos llegan hasta donde comienzan los deberes – derechos del amigo al cual ahora si voy hacer referencia, no por simpatía, más bien por envidia. Paula y el amigo quien a continuación voy a llamar Antonio, no por ser un referente mental de algo relevante, sino por ser el primero que se me ocurrió, pude llamarlo perro, lobo, Álvaro, caimán, lo que sea, daba lo mismo, olvidaron los preservativos, un invento no aceptado por la iglesia y sus arrebatos morales, tenían miedo de ese que se pasa muy rápido, querían volverlo hacer, pero la iglesia, los clérigos y la falta de preservativos, los hizo hablar de cosas reales y aburridoras: Lo oscuro de la oscuridad, las razones de la lluvia para mojar, el impacto brutal del desempleo en los bolsillos de un tercermundista menesteroso y enamoradizo, el recibo del servicio de luz con los números impagables borrados por la lluvia y la hazaña de un papel higiénico con aires de grandeza que no quería juntarse con la mierda bogotana.
A Paula le quedaban dos opciones: La primera; enfrentarse a sí misma y pagar de manera onerosa toda la estupidez que prolifera en estas tierras como maldición. Y la segunda; hacer lo mismo sin tener que ir a una fría sala de parto dentro de 7 meses y algunos días. Lo demás está escrito en la Biblia o bien en las simples clases de geometría en la cual la diferencia entre un ángulo de 180 y otro de 90 grados, tendría que evitar por simple sentido común la terrible e inaplazable angustia de Paula.
A Antonio en cambio le quedaba una sola opción: Que alguien le dijera, le advirtiera, le mostrara, le orientara, le explicara con plastilina si fuese necesario, en un tablerito de preescolar, con una ronda en la mitad del salón de clases, repitiendo con los cánticos de Barney, usando los rompecabezas para niños retrasados, alentando su inteligencia genética con bombones de caramelo, lanzándole un hueso para que ladre y babee por lo logrado, con la ayuda muy útil del resto de compañeritos, que él no tiene derecho, ni nadie le otorgado poder alguno, ni nadie le ha conferido un don divino, para competir en eficacia y responsabilidad social con un tampón elegante, prudente, fragante y desapasionado. Por tanto lo mejor para Antonio es que siga pensando en sus desgracias particulares. Lo demás estamos seguro que lo encontrará en la Biblia o en las simples clases de geometría, explicadas por un desesperado maestro de Religión que intentará sin lograrlo probar la relación directa e intrínseca que existe entre la divinidad, el ángulo de 180 grados y las cosas celestiales.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ok...MAHA

Anónimo dijo...

papito osmen te expresaste

 
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