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miércoles, 30 de abril de 2008

COSAS DEL OPTÓMETRA (Cuento)

Los ojos se le salieron y rodaron cuesta abajo. Ya la naturaleza irreal no podría ser vista más. La naturaleza sería difusa pero verde. Sería algo así como una colcha de recuerdos dispersos por un valle de calamidades. Cada recuerdo acompañado de un ápice de alegría. Y el color de esas calamidades serían algo parecido al sepia. Opaco para mi gusto. Dolor a cuentas gotas. Los ojos sin embargo seguirían su destino de mirar sin poder hacer nada increible. Libres del cuerpo ahora torpe y zigzagueante de Roberto, podrían ir por ahí a recorrer las calles apocalípticas. A observar las desgracias de la vida sin poder hacer mucho. Igual que cuando le servían de guía natural a Roberto. Por eso eran las peleas con Roberto. Roberto veía y no decía ni hacía nada. Eso emputa a cualquiera. Ahora el que se emputa soy yo, pero igual a un par de ojos azules por fuera del cuerpo, por inútil que era el cuerpo de Roberto, era naturalmente inútil, doblemente inútil, emputarse por remar en contra de la corriente o por dejarse ahogar de la corriente. Los treinta y dos años de Roberto parecían fetiche de guerra. Los puertos son una utopía.
La velocidad de los ojos de Roberto por fuera del cuerpo de éste era realmente asombrosa. En el cuerpo de Roberto habían visto poco. Ahora podían auscultar cuanto quisieran. Ahora miraban lo prohibido y lo público de la dignidad convencional y del invento ceremonioso. Por debajo de la falda más codiciada y púdica, por encima de la soberbia más encumbrada y vergonzante. María llena eres de gracia o la ministra de comunicaciones. Daba lo mismo. Sus olores líquidos nauseabundos en las largas y ajetreadas noches de vinos finos. Los intimos conversatorios salibosos de sábanas desordenadas y las cabelleras desafiando las telarañas remotas. Pobre Roberto ya no puedes ver lo que yo miro. Pobre de nosotros, Roberto aún sigue vivo, no importa que esté ciego. Pobre de nosotros, porque contemplamos un desaforado ruido de llantas que se acercan y podemos hacer poco. Qué falta no hacen las piernas de atleta ruso y los brazos de canalete de Roberto. Tras.
Roberto a tientas, en una noche eterna, recogió los restos sanguinolentos. No pudo llorar. El rumor letal de la vida le había robado más que sus ojos. Perdía la oportunidad mayúscula de mirarse morir poco a poco. Ver llegar la muerte es un derecho legal y divino. Alguien lo dirá algún día y ya no estaremos para mirarlo. Ahora se prepara para ser atacado por la paciente y recursiva muerte sin saber cómo, cuándo, dónde, placa, marca o distancia.
Da lo mismo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen estilo. Narrativa vivaz. Corto pero punzante. Caminas a ratos a entre lo social, lo erótico, lo espontáneo. Soy asiduo lector de éste nuevo sitio. Saludos desde Tuluá.

 
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