El pueblo donde nací es como un boquete en
la roca. Seco y húmedo, dependiendo de la cantidad de afecto que hayas
derramado por el en los últimos 50 años. Ya sé que éramos potros de pantalones
estrechos hasta las rodillas que no era más que una forma rabiosa de copiar la
libertad que se gritaba en la Cuba de los barbudos de Bahía cochinos. Las ideas
propias no se encasquillan como las balas. Alguien lo dijo.
El colegio donde intentaron enseñarme
“algo” es como un boquete en la roca también. Encasquillado, con barricadas por
todos los lados, chapuceando en una cantidad de prejuicios que lo han
convertido en una catedral de rezagos, en donde los maestros no se han leído
siquiera 10 libros en toda la vida. El problema no es que no lean, el problema
es sobre ¿qué objetos de conocimiento de
la ciencia o frente a qué construcciones didácticas enseñan? Para ese tiempo ya
soñaba con una escuela para niños y jóvenes cimarrones sin otro reglamento que
el entusiasmo de dudar.
Ese colegio inmaculado, perfecto,
disciplinado, vacío de ideas y repleto de estudiantes donde intentaron formarme
te va robando las palabras, lo más importante de esas palabras, su apellido
principal: el silencio. El silencio es el héroe en la guerra de la aceptación,
pero como todo mundo hace palabras maltrechas, pocos saben callar, la mayoría
crece con modales de gente mafiosa, y él Colegio, es decir, sus docentes,
dispuestos a partir la piñata. Y a celebrar.
A veces recuerdo con claridad, los
recuerdos no me los pudieron robar, eso creo, que el Profesor Roncallo, nos
enseñaba a ser “vivos” con una plegaria perversa que jamás olvido: ¡el que
espabila pierde, papaya puesta, papaya partía¡ Ese lenguaje fanático
estigmatiza, convierte en peligroso todos los lugares, hace que seamos enemigos
de nosotros mismos, nos hace arrogantes en el fracaso escolar, y obvio, todos a
varias manos hemos garantizado que la mediocridad y la ignorancia hagan parte
de nuestro himno nacional. Por incultura desde la clase de Religión intentaban
dirigir la vida, sin antes vivirla desde los púlpitos y los confesionarios. Debiera
estar hablando de Argumentación teórica o de experimentos científicos,
¿cierto?, debiéramos estar leyendo a Ulises de Joyce, pero no, a la vuelta de
la Plaza comercial Los Mayales, se sentía un odio chiquitico, que después se
convertiría en fanatismo larvado. Más tarde hablamos de la Selección Colombia y
de los desafectos entre Zidane y James, eso es muy, pero muy importante para la
salud mental de los colombianos. ¿Les parece?
¡Qué vaina, mi Universidad, también está
en un boquete¡ Perfumada de emprendimiento y de empresarismo, conectada con
todo y des-conectada de todo. Internacional y parroquiana: hacedora de mentiras
y colocando bajo sospecha los pregones insatisfechos de la cultura. Sueño con
una Universidad que una a varias y variadas generaciones de colombianos, y no
es vanidad, es lo que dicen los buenos libros que he leído. Los buenos libros,
esos que se le recomiendan a los poquísimos estudiantes que se quieren “envenenar”
con sus fragancias ilimitadas, permiten darle una patada brutal en el trasero a
las certezas que nos van inventado en las clases o aliviando el vacío de las
ausencias que elabora Borges en una larga noche de lecturas.
Ese Colegio donde me formé, eso creo. Esa
Universidad donde continué mi formación, tengo dudas. Me hace menos cínico, por
lo de la edad, obvio, me afectan más las lluvias, así las ame más, me desengaño
con más prontitud, así duela más el alma. Entiendo menos, ya me lo han dicho infinidad
de veces, pero sé que mis nietas pertenecen a una generación que va a vivir
peor que sus padres y que sus abuelos, por supuesto, con pésimas escuelas,
hospitales terribles y menos esperanzas de trabajo, y la frustración dejará de
ser una palabra confiable, para convertirse en un reggaetón lastimero
denominado corrupción. Ahora me importa el cambio climático más que nunca y el
desmoronamiento de los glaciares me ha borrado la sonrisa. Voy rumbo al sexto
piso inexorablemente.
La educación de ayer y de hoy, y eso, qué
pena ha cambiado poco, hace que los estudiantes salgan cada mañana al balcón de
la casa que no tienen a reírse de todo y a escupir a dos de cada persona que se
parecen a ellos, que transitan religiosamente por la acera. Instagram ha hecho
la tarea con espectacularidad. Ah, otra cosa, la estupidez como práctica
social, es peor que la maldad. Una educación de mala calidad es la compinche
estúpida del Whatsapp. Razonar y watsapear siempre serán invitados a fiestas diferentes.
Por ello cuando leemos el desespero
institucional o el más irrebatible cinismo en las oraciones “Educamos con
lecciones de vida” o “Educamos para el desarrollo”, debemos admitir con
tristeza que esa es la gran utopía de los colombianos. Las instituciones
educativas en todas sus presentaciones y en todos los metalenguajes de sus
frases publicitarias ofrecen adoctrinamiento al por mayor y sectarismo
recurrente. Esto no es un problema de estado, es una enfermedad social que
carcome las estructuras socioculturales del futuro del país delante de las
narices de todos.
El pueblo, el Colegio, la Universidad
donde nací o donde crecí, o de donde hui, afortunadamente, o donde intentaron
formarme permanece perplejo, perpleja, como un boquete en la roca. Por mero
gusto sigo aquí, ya no sé si arrancando con indignación el afiche que me
recuerda mis épocas de pantalón corto, los centros literarios y las clases de
ridículo intentando cantar: quiero
morirme como mueren los inviernos/ bajo el silencio de una noche veraniega/
quiero morirme como se muere mi pueblo/serenamente sin quejarme de ésta pena/
quiero el sepulcro de una noche sin luceros/ luego resucitar para una luna
parrandera.
No sé, se los confieso, si es obstinación
o felicidad, debe ser felicidad, pues como la felicidad es búsqueda, sigo haciéndome
la pregunta del millón: ¿Cómo aprenden mis estudiantes, qué quieren aprender,
cómo enseño, qué enseño? Qué les interesa aprender, para salir lo más rápido
posible de ese boquete en la roca que se llama Colegio o Universidad, o sociedad,
o que se quieran quedar como yo, por mero gusto.
Sabina observa el boquete en la roca, y
dice: Porque a veces no basta un porque
sí/ Prefiero seguir dudando/ Entre el depende y el cuándo/ Entre lo duro y lo blando/ Ni tan puro ni tan ruin. Me acusas de
jugar siempre al empate/ Me
acusas de no presentar batalla/ Me
acusas de empezar cada combate/ tirando
la toalla.
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