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martes, 20 de abril de 2010

Educación, Argumentación y Docencia: Al tablero ... (Articulo)

Más allá de las tantas definiciones que le endilgan o los contenidos que subyacen al concepto de Educación, hoy más que nunca es urgente y perentorio que la esencia histórica y la búsqueda constante de la formación humana sea prohijada en y desde la argumentación. Ninguna institución social está tan cuestionada por la sociedad civil como la escuela, pues es ella a quien esa sociedad le ha encomendado formar a sus mejores hombres y mujeres para que la desarrollen, la preserven y la conviertan en un espacio de convivencia y calidad de vida. Pero la escuela por antonomasia es un instrumento ideológico y de uso estratégico del aparato estatal, y por tanto, ha estado al servicio de los vicios egoístas de aquellos personajes que desde el gobierno representan las necesidades de la sociedad civil. Es decir las escuelas están atadas en un entramado perverso en donde repetir es sinónimo de disciplina, mecanizar es equivalente a ser metódico y creer es un gesto de respeto.
Como afirma, el ex senador y profesor universitario, Augusto Trujillo, “El siglo XXI trajo consigo un desplazamiento de las ideologías holísticas a las prácticas democráticas. Cambio el dogma por el debate, el enfrentamiento por la polémica, la confrontación por el diálogo. En otras palabras la guerra por la política” Está claro que nuestras instituciones educativas se quedaron rindiéndole culto a los dogmas fundamentalistas, a los enfrentamientos guiados por el fanatismo, a las confrontaciones absurdas orientadas por los prejuicios y a la violencia simbólica refrendada por los castigos emocionales y las represalias persuasivas. Bajo estas circunstancias es fácil entender el arrasador fenómeno de la deserción y que resulten normales las altas tasas de repitencia en los espacios escolares. Si se educa con las ideas sectarias de las creencias ciegas, con las pálidas lisonjas de las verdades absolutas y con la pedagogía de la sumisión, no queda duda, que estamos en manos del imperio de la fuerza y su lógica maligna.
En ese escenario la política, la decencia, la civilidad y la argumentación han sido los distractores más eficaces de la escuela moderna. Son conceptos luminosos que hacen parte de las frases publicitarias con que se venden los Proyectos Educativos Institucionales (PEI) a las comunidades educativas, pero en la realidad de los actos pedagógicos lo que se privilegia es la memorización que pondera a los buenos y a los malos, la obediencia que esconde las libertades y la estigmatización que anestesia al que piensa o avanza a ritmos distintos.
A estas alturas el debate debe darse sobre la concepción limitada que poseen los docentes del conocimiento. Es así como Julián Cubillos, Profesor de las Universidades del Rosario y Jorge Tadeo Lozano, insta para el caso a “indagar sobre la naturaleza, cualidades y relaciones de aquello que se denomina sofisticadamente: conocimiento. Y si esto es así se trata de un proceso que incluye aprender, saber, formarse una idea de algo, y en consecuencia, entender por todos los medios posibles. Si creemos que solo es conocimiento aquello que tiene el rótulo de científico sin abordar la estructura de la argumentación, entonces, este enfoque está acrecentando la ignorancia” Es un hecho que nuestros estudiantes y profesionales de todos los ámbitos y niveles en un porcentaje alarmante no saben leer ni escribir; mucho menos podrían adoptar comportamientos lógicos dentro de los cánones de la argumentación. No se trata, entonces, de un problema académico, es un inconveniente social que impide, insiste, Cubillos, “discernir las propuestas políticas de aspirantes y gobernantes, conocer sus derechos y hacerlos valer en los diversos contextos. Sin ir muy lejos, quien no posee fundamentación argumentativa es objeto de dominación”
Más allá de los lenguajes enciclopédicos de los currículos escolares, tan centrados en los discursos del gobierno de turno, tan alejados de la realidad en donde está inscrito el destino de la sociedad colombiana, vale la pena decir que estamos en el siglo de la persuasión, por tanto es necesario concretar un gran consenso que delibere cotidianamente sobre la validez o la no validez de los argumentos en los que históricamente se han soportado los contenidos escolares.
Preguntarnos por ejemplo, ¿Qué hay detrás del desplazamiento de 4 millones de compatriotas y porqué ésta crisis humanitaria de proporciones dantescas no hace parte de los debates del área de Ética? Simplemente, es un interrogante. Preguntarnos, también, ¿De qué sirve la mediocre enseñanza de un segundo idioma cuando no se domina la lengua materna? Preguntarnos, por último, ¿Por qué la educación se ha quedado encerrada en los edificios escolares, perdiéndose el espectáculo colorido de mejorar la calidad de vida de los más necesitados?
Muchos estudios al respecto de éste tema y los ciudadanos del común comienzan a creer que la argumentación debe ser no el centro neurálgico alrededor del cual la escuela radique sus nuevos postulados curriculares. Debe ser, para honrar la veracidad: una acción ineludible desde preescolar hasta el último peldaño de la formación humana. Que tranversalice las áreas del conocimiento, que viaje en las valijas de los niños, niñas y jóvenes para asistir el gran debate social que debe dar la familia, los amigos, los compañeros y los que no lo son sobre esas temáticas y problemas que por no ser científicas no las hace menos importantes. Que haga parte de las narrativas de los medios masivos de comunicación, de la lectura entre líneas de la publicidad y de las loas literarias de todas las manifestaciones artísticas. Que nuestros aspirantes y gobernantes sepan que las promesas, las mentiras y la retórica de la demagogia están en una esquina difusa del diccionario; que ésta sociedad civil abusada tantas veces por su charlatanería estúpida necesita de argumentos sólidos, creíbles y verosímiles para reabrir la discusión sobre la deliberación como escenario democrático.
Y, los maestros, obviamente, deben des-aprender, re-aprender, re-comenzar; olvidar incluso datos de viejo cuño que por su exacerbado anacronismo estén intentando enseñar a un estudiante que ya no existe. Deberán hacer a nombre propio rupturas éticas, epistemológicas y axiológicas. Revisarán lo aprendido y habrá cosas que irán dolorosamente al cesto de la basura, no le echarán las culpas a nadie, pues tristemente el único que no puede darse el lujo de no saber que el mundo cambió y seguirá cambiando irremediablemente, bajo ninguna justificación es el docente. Aprenderán a hacer concesiones sin poner en peligro su autoridad cognitiva y expondrán a la luz pública diariamente y sin cobardía sus dilemas morales. Tendrán que formarse incansablemente en fundamentación argumentativa, pues sus relaciones en el marco del acto educativo que hace parte de su cotidianidad se lo exigirá cada vez más.
Este es el nuevo escenario del maestro colombiano. Es el telón de fondo: lo fundante, lo prevalente, lo inexcusable… Educar en y desde la argumentación implica, básicamente, dar a otro o a otras razones de o para… sobre los mínimos, los máximos y las etapas, si es que estos elementos pueden ser considerados en la educación del ser humano. No se trata de convencer al otro al precio o utilizando los medios que sean: el fin primordial es persuadir al otro o a los otros para que amplíen la visión del mundo, sin acudir a las lógicas maquiavélicas, muy de moda en estos últimos 8 años en el país. Al tablero, maestros…

1 comentario:

manservar63 dijo...

Me idnetifico plenamente con su propuesta, la argumentación es sinónimo de libertad. Y argumentando es que se puede llegar a grandes acuerdos, por eso es que a nuestra sociedad le cuesta el trabajo colectivo, yo le agregaría la poca educación de la escucha, fundamental para la argumentación. Si me permites, me guastaría copiar este artículo para compartirlo y discutirlo con mis estudiantes de grado 11, a ellos les insisto mucho sobre lo importante que es atgumentar.
Atte. Manuel Serge Varela maseva7@hotmail.com

 
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