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sábado, 14 de febrero de 2009

LOS DELFINES VENDEN MANILLAS (Articulo)


A raíz de las elecciones de los consejos municipales de juventud en toda la geografía nacional, en Valledupar se programó con toda la “pompa” posible, un encuentro de jóvenes en el auditorio “Rosso José Serrano” de la Policía Nacional, en el cual los invitados especiales fueron Rodrigo Lara Júnior, hijo del inmolado ex – ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla y Jerónimo Uribe Moreno, el flamante retoño del presidente Álvaro Uribe Vélez. Hasta ahí no hay nada raro ni anormal. El hecho que la política colombiana sea un asunto de castas y que los apellidos de los dignatarios del estado se eternicen en los cargos del gobierno, como si fuesen dignidades hereditarias tampoco representa gran cosa en el panorama politiquero del país. Lo que si vale la pena reflexionar, es la manera como los jóvenes fueron llevados al evento de manera obligatoria, para hacerlos “participar” de otro de los “embelecos” del gobierno central, en su afán mesiánico de extender sus tentáculos politiqueros hasta alcanzar a un grupo poblacional escéptico y disperso, no tanto porque sean jóvenes, sino porque están poco convencidos de las “calenturas” democratizadoras del actual gobierno.

El evento como tal fue agradable y efusivo, pero alejado en absoluto de la realidad de la mayoría de los jóvenes que asistieron, una gran cantidad de ellos provenientes del estrato uno y por tanto de las instituciones públicas. En donde financiar una fotocopia es una calamidad y ver desfilar las tres comidas diarias es una utopía. En donde la percepción que se tiene del estado o de un buen gobierno se desploma con el simple ejercicio de abrir la nevera. Y por obvias razones, la visión de país que localizan en sus imaginarios no se compara, de manera alguna, con la vida esnobista de los delfines que visitaron a los jóvenes valduparenses.

Insisto, hasta ahí todo era normalidad “a la colombiana”. Parecía que no iba a ver show publicitario, algo muy bien manejado no solo por este gobierno, sino por el “delfín” Uribe, a costa de los artesanos de Córdoba y Sucre a los cuales les ha vendido la idea empresarial, que las manillas tricolores y el resto de trabajos manuales que elaboran es una forma patriótica de construir nación, de hacer destino, de mejorar la calidad de vida y de garantizar –seguramente- otro cuatrienio. A cinco mil, a diez mil y a quince mil pesos fueron tasadas las manillas en el auditorio aquel sábado por Jerónimo, el hijo del presidente. ¿Cuántas vendió a pesar de la euforia y los aplausos alegóricos de las jovencitas? Muy pocas. ¿Qué reflexión interior haría el “delfín”, al observar que las ventas de manillas no fueron proporcionales a los aplausos? Que se había equivocado de país, imagino. ¿Qué lección habría aprendido el “delfín” después del show paisa realizado en tierras vallenatas? Ninguna. Tanto, que no nos debe extrañar que un par de décadas futuras, el improvisado vendedor de manillas de hoy, lo encontremos en la plaza “Alfonso López” de Valledupar reclamando los votos que el sábado – imagina, él- lograba hipotecar en franca lid como activo innegociable hacia su viaje al solio de Bolívar. Nuestra alumna del “Leonidas Acuña”, invitada a dicho evento, ese día reconocía con dolor la clase de país en donde había nacido.

Y hasta razón tendrá hacia futuro, cuando por física comprensión de la realidad se matricule a las legiones de escépticos, que aunque muchos no quieran reclamarán una oportunidad para equivocarse, y hacer lo que los demás han hecho con el único mérito de ostentar un apellido asociado a las mieles del poder.










 
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