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jueves, 8 de enero de 2009

NECROPCIA (Poema)


Los dedos encontraron la madriguera de la sangre.
Por la nariz, la piel, los ojos, la sociedad; la suma de los cuerpos.
El cuerpo era la historia del odio.
Sempiterno. Recurrente. Emocional. Óseo. Preverbal. Supraverbal.

La cultura de los enigmas estaba en los ojos traslúcidos.
Dudo que hubiese sido bueno. Sus manos quizás quedaron en el espejo.
El espejo tenía el rastro de los dolores. El cuerpo del espejo no era el mismo.
Sin embargo la sangre se negaba a adherirse a los dedos. Eran diez.

La espalda hablaba de los momentos finales. El orificio aún humeaba.
La piel cobriza recordaba su linaje aborigen. Olía a huida. A sumisión.
Dudo que hubiese sido digno. Sus voces se quedaron en la garganta del no.
Entre tanto los llantos sabían a mentira: transacción entre dolor y euforia.

El médico dijo: “lo mató el amor”. Una incoherencia dulce.
Cerró la corredera hasta cubrir la muerte. ¿Pudo?
El concierto de la tristeza se regó por el vecindario.
“Lo mató el amor”: dijo el médico, contradiciendo las teorías científicas.

Contradiciendo el manual de las certidumbre.
Siguió cortando el chicle a dentelladas.
Le supo a muerte pintada a mano en el rostro del presente.
El doctor prefería echarle la culpa al amor. ¿Podía?

 
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