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domingo, 7 de diciembre de 2008

LOS SANTOS NO ESCUCHAN CHAMPETA (Cuento)

Albertico se arrastró por la pared traslúcida cada vez más vertical del cielo. El ardor incandescente en los dedos y rodillas; pero puntualmente el terror a caer de las lianas celestiales lo hacía asirse a su objetivo con encarnizado denuedo. El sudor afloraba del rostro. Los dientes laceraban los labios. Morirse otra vez no era por el momento una prioridad incontrovertible.

Después de todo, a los difuntos nadie les pregunta por las variadas formas de acceder al cielo, ni a Albertico por el motivo recurrente de un desfallecimiento de peregrino sin causa contado a San Judas Tadeo, después de una larguísima odisea intentando salvar su segunda vida, de las garras filosas de un águila sanguinaria por las paredes inhóspitas y escabrosas del cielo. “Cálmate, Albertico” -me confortó San Judas con su voz de barítono caucásico- “Cálmate” -me replicó con marcada autoridad tercermundista- “Acuérdate que hoy apenas es viernes y el whisky de contrabando desacomoda las neuronas” San Judas se evaporó de la habitación sin usar la puerta. De espaldas ofrece un berraco parecido con Brad Pitts, solo que más viejo. Se distrae y se emputa con las bromas santurronas que le hacen las novicias del convento de la madre Santa Lucía cuando pasa. Va, sin duda, por una cerveza alemana para mamarle gallo a otro día en el cielo. Pedirá musiquita a bajo volumen de Vivaldi, algo de Andrea Bocelli como para derramar la ultima angustia terrígena, hasta cuando su quincuagésima quinta vida se le deshaga poco a poco y el cielo le parezca interminable y azulito.

Mis manos aún sangran. Las rodillas no toleran más la escalofriante cura de San Jerónimo: limón con sal, y el hedor a mierda me indica que los muertos, a pesar de lo que se diga, siempre seguimos vivos, a espaldas casi siempre de un santo presuntuoso que a pesar de estarlo no se cree muerto… Una champeta suena rabiosamente. Ha muerto un palenquero, “póngale la firma”, huele a rito montaraz. A café cerrero, a evasión existencial, a feromona ancestral. San Judas con una borrachera grotesca ni se percata. Dios, en cambio, está pendiente de otros ritmos musicales menos pecaminosos para amenizar las bodas de titanio de San José y la virgen María.
 
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