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lunes, 21 de abril de 2008

SANTIAGO EN PERSPECTIVA (Cuento)


Santiago para llegar a su salón de clases necesitaba por lo menos de doscientas de sus pequeñas zancadas para cubrir la distancia entre el portón metálico y sus sueños. Aquel era el último día de clases. Ya no habría más madrugones, ni más repetición de vocales. Tampoco los cánticos de ronda, ni los regaños cotidianos que colocaban a la “seño” Lucenith al mismo nivel de mi mamá. Extrañaría, sin duda, a los alumnos del bachillerato volándose por el enrejado después del sonido del timbre, burlando al coordinador que más tarde los enviaba a casa por la falta cometida. Me harán mucha falta los juegos en la arena y el goce indescifrable descubriendo el tamaño de los dolores del mundo, la merienda cruda y las mañanas coloreadas en que fui castigado por no hacer las tareas. Extrañaré a la “seño” con sus hermosos ojos verdes y la dulzura de las cosas que me enseñó, sus consejos que poco entendía y aquella sonrisa de niña que la hacían parecer más joven de lo que era. Extrañaré el llanto pícaro que justificaba mis travesuras y luego la mentira “fresca” que arreglaba todo, para seguir haciendo lo de siempre y recibir por ello los mismos castigos o las mismas congratulaciones. Seguramente el año entrante iré a la primaria del “Valle Meza”, en la plaza del 12 de Octubre. Y cinco años después, si me porto con juicio, volveré al “Leonidas Acuña”. Volveré por mis sueños. Quizá ya no esté Fabiolita, la niña más linda del curso, a la cual juré amor eterno, pero jamás me alcanzó el tiempo para decírselo. Tampoco estará Felipe, mi llave. Tan, pero tan mal estudiante, que a no ser por la benevolencia de la “seño”, aún estaría repitiendo el preescolar por cuarta vez con una despreocupación a prueba de todo. La “seño” Lucenith seguramente se habrá pensionado y los nuevos maestros es posible que ya no sean como los de ahora.

Bueno a lo que vinimos - Pensó, observando el alborozo de los demás compañeritos- El salón está repleto de música, confetis y nostalgia. Una lágrima asoma y se va. La “seño” me abraza contra sus piernas de atleta rusa y me desea suerte, ella sabe que este pais es más fácil implorar la suerte que el éxito . Los niños corren despavoridos al regazo de sus padres. La mía, o sea la señora Martha, mi madre, no vino. La melancolía me hace más huérfano que nunca. Fabiolita me mira con desconsuelo y se marcha, intento regalarle una flor que arranqué en el jardín y no pude. Todos se fueron. Descubro en mi mano la rosa ajada que no pude entregar. Varias lágrimas inundan mi rostro y por primera vez descubro que ya soy un hombre, de 6 años mal contados, pero un hombre.

El viento deshoja mis ilusiones, coloco mis manitas dentro de los bolsillos y escucho cabalgar los potros de la desesperanza en el fondo del alma. Envuelvo sin cuidado alguno el diploma que me otorgaron por mis buenas calificaciones. Seguramente la señora Martha, o sea mi mamá, me preguntará por las tareas del día, no se ha enterado todavía que soy un egresado del preescolar de este país. Y no es que no le importe. Es que sin duda siempre habrá algo más trascendente para una señora que lucha contra la miseria día a día, que el inefable grado de preescolar de su hijo de seis años. Yo la entiendo. Hola mijito, ¿cómo le fué en la escuela? -me pregunta, sin dejar de revolver algo parecido a una sopa- bien mamá, todo igual- le contesto sin esperar lo que no me dirá- El diploma quedó por ahí. Irá a la basura cualquier día confundido con los escasos desechos de la cocina. Mis sueños también… Sentado debajo del árbol de mango un perro de la calle me observa con languidez. Él sabe por experiencia propia que Santiago, quien ocupa por instantes su mirada escrutadora, se ve a si mismo mucho más cerca de su destino, que a el proferido por las maestras en el emocionado discurso en el cual se nos enalteció por igual a todos y a quema ropa; sabiendo, por lo menos yo, que las mentiras pesan más que las verdades, que las verdades no existen; por tanto es inocuo, además de estúpido, creer en el discurso tierno de la “seño” y pasar desapercibido el severo análisis del perro. Santi la sopa está servida - La voz de la señora Martha apareció con cierta velocidad en la puerta-Agua manchada de desechos de verduras - Alcanzó a pensar con sarcasmo, pero después se arrepintió amargamente-












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