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domingo, 20 de abril de 2008

HACER EL CAMINO: Perspectiva de la formación y el ejercicio docente en una Colombia en caos(Articulo)


Averiguar por las condiciones mínimas que profesionalmente son necesarias para la definición de un sujeto como docente cobra mayor valor habida cuenta de la situación de caos reinante en la sociedad colombiana. Atañe a la universidad responder por dichas condiciones en su calidad de ente “formador de formadores”. Le toca al profesional de la educación asumir su cuota de compromiso social por el papel que juega de cara a la responsabilidad con los niños y niñas que se le encomiendan, o, es obvio preguntar, sí existe un admisible interés por parte del estado en proveer al docente de un escenario salarial, educacional, social e investigativo que invoque una mejor calidad de vida para él y su familia.

Para el grupo de expertos de la Fundación Universitaria Monserrate, que han indagado sobre los nuevos enfoques de formación de los profesionales colombianos, un docente debe operar en primera instancia “un saber hacer específico”, que no es otra cosa que propender por el manejo de una competencia pedagógica que lo conduzca hacia una formación idónea, válida y efectiva en su área de desempeño para afrontar los problemas de un país sui generis.

La base de esa formación eficiente debe ser abordada desde “un dominio sobre la disciplina de estudio y sus condiciones de aprendizaje y enseñanza”, es decir, el profesional debe saber leer, escribir y dar cuenta de los principios y leyes que rigen el sistema lingüístico desde su ámbito. El maestro debe saber lo que enseña. Pero enseñar es transformar, lo cual obliga al conocimiento de las relaciones docente – contenido – estudiante de manera dialéctica para que emerja lo didáctico y poder configurar para sí mismo una perspectiva constructiva frente al objeto de enseñanza y aprendizaje del área particular; pues es muy importante dimensionar, diseñar y promover las tareas escolares como un escenario para el desarrollo de la competencia comunicativa de los estudiantes a cargo, a partir de la reflexión sobre “a quién enseña lo que enseña” desde lo cognitivo, lo comunicativo, lo ideológico y lo social.

Un buen profesional en un país de tantas legislaciones, las cuales aún no se conocen o aplican cuando ya están en el banquillo de la derogatoria, debe optar por apreciar de manera profunda ese universo discursivo que da razón de qué es la educación, cuál es su misión, protagonistas, metas, roles y procesos, que de cuenta de “un dominio sobre el contexto de la educación”. Para tal fin, se hace necesario que el docente construya un para qué de la profesión desde el saber de tipo legal en lo concerniente a lo educativo; pero encauzado en lo filosófico, político, económico e ideológico en torno al imaginario de las dificultades de la escuela como acción socio – cultural. Esto involucra al docente en saberes interdisciplinarios: análisis contextuales de situaciones educativas dentro y fuera de la institución, proposición y ejecución de actividades en el PEI, en las propuestas curriculares y en la consolidación de redes de saberes que propulsen el repensamiento del maestro desde la disciplina de su especialidad y contextualizado profesionalmente.

“El dominio ético y epistémico” hace alusión al status individual del maestro como sujeto socio – profesional y como sujeto que aprende desde lo institucional, lo normativo y lo investigativo. Para considerar, entonces, que la configuración de un sentido del ser docente se estructura en el desarrollo de las herramientas del pensamiento, en pro de encontrarle sentido al aprendizaje, a los niveles de transformación consciente y permanente frente al desafío intelectual y académico proveniente de las exigencias de la profesión desde su fundamento. Es decir: se siente profesor en lo didáctico y sus relaciones implicadas, piensa e investiga procesos y resultados frente a la relación con sus estudiantes, toma decisiones desde el conocimiento pedagógico con autonomía en beneficio de los niños y jóvenes; pero sobre todas las cosas, debe ser: buen lecto – escritor, buen argumentador y un buen estratega de la comunicación académica.

Todo lo anterior convoca a una enérgica reflexión de la comunidad educativa sobre la profesión docente y las demás profesiones del escenario laboral e intelectual del país, también sobre la razón de ser de una práctica pedagógica e investigativa para enfrentar la anarquía y la demencia arrasadora urdida desde la pirámide estatal. Faltan maestros y profesionales que desarrollen las herramientas del pensamiento en vez del ejercicio repetitivo, monótono y sin sentido que obra como tarea y castigo. Sobran maestros y profesionales que intentan explicar lo que ya tiene esclarecimiento en vez de incitar el discenso, las ideas y la crítica para generar autonomía y posiciones reflexivas. Faltan maestros y profesionales desatados de la certidumbre que genera comodidad y de las verdades absolutas que ambientan las creencias. Faltan maestros para erigir profesionales que le hagan el juego a las dudas, a la lectura, a la escritura, a la confrontación conceptual, a no estar de acuerdo; maestros que respeten pero que no obedezcan, que miren los libros solo como un referente válido y no como la panacea que le aporta respiración a todo; maestros que tomen distancia del discurso “oficial” y conviertan su que – hacer en un elemento de seducción y afectación para que los estudiantes no quieran parecerse a él, sino al activo sembrado por él en ellos, renovado y único. Maestros y profesionales para una Colombia en caos: en donde los niños y niñas hallen prioritario el pensamiento estructurado, el conocimiento cambiante y la inteligencia sin cánones como variables de la educación, y no el desarraigo, como fin existencial: solamente si su docente es capaz de comunicárselo mediante el discernimiento de los procesos teóricos avalados por la práctica pertinente y con sentido. En donde las escuelas y factorías privilegien el riesgo investigativo, el imperio de las posturas dialécticas y el resarcimiento de la ideología para repensar un país distinto, y no la sumisión, que garantice un salario deleznable: solamente sí el maestro hace de su oficio un espacio de persuasión permanente cuyo patrimonio esté alinderado por la razón y la lógica de las cosas.

Volver sobre las fuentes teórico – conceptuales para extender los procesos de comprensión y argumentación que hagan relevante la gestión docente, no aparece siquiera como una elección más de las instituciones formadoras de profesionales frente al objetivo de mejorar la calidad de vida del país: es la única. Pero, también, se requiere una actitud decidida por parte del docente para examinarse a sí mismo. Esperar que el gobierno lo haga es una quimera: los intereses de estado son opuestos a las carestías y expectativas de la sociedad civil. Es el maestro quien tiene concurrencia propia todo los días para asumir los cambios estructurales; es posible que dilapidemos la existencia escolar saturando de contenidos insustanciales a los estudiantes, acogiéndonos a la disciplina visceral de los programas del currículo y la interpretación sesgada de las editoriales; es posible, también, que al paso que vamos, no sea la generación que estamos formando en éste momento, la que resurja victoriosa en el tránsito sinuoso de conducir el destino de Colombia; no propiamente por su incapacidad y desidia, por la guerra y la corrupción, por el desempleo y la subordinación al gobierno norteamericano y al capital extranjero: será por la publicitada carga de optimismo y felicidad que nos han inventado las encuestas, que obviamente, nos impiden ver el camino o lo que es peor: declinamos por cuenta propia, hacer el camino.



Calderón, Dora Inés. (1999) Informe final conjunto de la primera etapa de la investigación: Hacia una comprensión del sentido de la práctica pedagógica del maestro: escuela, disciplinas y contexto. Santa Fe de Bogotá: Fundación Universitaria Monserrate.

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