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lunes, 7 de diciembre de 2009

Las prácticas escolares: un campo político en disputa (Articulo)

La praxis es un proceso complejo mediado por la didáctica por el cual una teoría plenamente cuestionada y avalada por una comunidad científica se convierte en parte sustantiva de la experiencia vivida. Nada más parecido al ejercicio de la política, en el sentido que en el acto educativo se entrecruzan públicamente distintas miradas epistemológicas, filosóficas, éticas, estéticas e ideológicas que enmarcan el horizonte formativo de los miembros de una comunidad. Dilemas morales, creencias bizantinas, paradigmas revaluados y fragmentaciones históricas constituyen el nuevo orden de las prácticas escolares. Si bien todos los elementos que configuran la formación humana están siendo debatidos por la sociedad, es inaplazable revisar las causas de tales cuestionamientos. La institución educativa es un microcosmos en disputa en donde cada cual pretende reproducir el tipo de ciudadano que “cree” es el mejor alienado para replicar, confrontar o “pasar de agache” frente a las políticas del gobierno de turno. En el primer modelo: seguir al pie de la letra las directivas ministeriales sin discutir las problemáticas que entroniza y las consecuencias que genera es la regla básica. La política educativa es un apéndice del Ministerio de hacienda, los secretarios de educación son tramitadores de las órdenes que emanan de Bogotá, los maestros repiten descaradamente lo que a su vez las editoriales copian de las guías del Ministerio de educación, los estudiantes corean todo el material antes descrito y las comunidades educativas asisten con morbo al último espectáculo de ésta cadena de estupideces, que está a cargo del ICFES: las pruebas de estado. Vítores y ensalzamiento para los que aciertan. Degradación y exclusión para los que no adivinaron el camino correcto. En el segundo modelo: tomar lo poquito que sirve de las directivas ministeriales (lo menos absurdo) y beber de las fuentes de las nuevas teorías pedagógicas, contextualizando éstas a las particularidades geopolíticas de la escuela, es la proa que orienta las discusiones permanentes. Las políticas curriculares pasan por el escrutinio constante de las investigaciones, todo apunta hacia la aceptación de los cambios basados en los argumentos y en la incertidumbre que todo lo que implica formar seres humanos, es inacabado. No hay política educativa, hay una apuesta por alargar la vida de todos en condiciones de igualdad, teniendo en la educación la matriz indiscutible. Los maestros son autores de sus prácticas, las editoriales usan los insumos intelectuales del quehacer escolar para robustecer los discursos curriculares, los estudiantes son interlocutores de las teorías a través de sus vivencias socioculturales y las comunidades educativas se convierten en verdaderas comunidades de aprendizaje. La escuela deja de ser un edificio virtuoso y sus saberes controvertibles empiezan a trasegar fuera de sus dominios. Los estudiantes por fin podrán pensar por sí mismo, si la institución educativa ha sido capaz de poner en cuestión tal operación mental. No hay espectáculo discriminatorio para el final del episodio, las pruebas servirán como información para el mejoramiento de las políticas de vida. Sin embargo, las políticas de diversos tintes seguirán intentando intervenir para imponer su versión propia de educación. El tercer modelo: es igual de infausto, genuflexo y demagógico que el primero. Brilla por su espíritu empresarial, esclavista y autoritario. Codifica, sataniza e intenta que todo le cuadre en un sinfín de encuestas, ecuaciones, estadísticas y operaciones matemáticas que busca denodadamente establecer que la educación no es un derecho sino un negocio. Ocupan los primeros 1000 puestos en los listados fulgurantes del Ministerio de educación. Enseñan, domestican, engañan, solo ellos lo saben. Cuáles son los saberes que privilegian, qué tipo de ciencia para ellos es importante, qué estilos de aprendizaje hacen prevalentes, cuáles inteligencias son las necesarias, qué habilidades fortalecen y con qué lenguajes traducen las visiones que tienen del mundo, y por último, qué concepción de conocimiento y qué estilos cognitivos son imperiosos para la Colombia en que seguramente desarrollarán tales potencialidades. Tienen éxito precisamente, porque también crearon políticas, instituciones y áulicos que defienden y difunden con teorías y praxis aquí y en Cafarnaúm el discurso melancólico de ese éxito.
La razón esencial de la práctica escolar se circunscribe no solo al cuestionamiento constante al cual es sometido el maestro. Más allá de la discusión sobre los bajos salarios, la pérdida irreversible de la libertad de cátedra, enseñanza y aprendizaje, el exagerado número de estudiantes por educador, las debilidades de la formación docente en todos los niveles y las precarias condiciones de las instituciones educativas, se cree que las paupérrimas condiciones laborales generales del maestro en América latina, hacen que sea un simple “trabajador” al servicio de un “patrón” aborrecible que emite órdenes, como si la escuela fuese una lúgubre empresa en donde se producen mercancías, que más tarde irán a un mercado laboral siniestro y competido, a luchar a dentellada limpia por un sueldo miserable. Por tanto, “el tema de los docentes sobresale como uno de los más críticos y una asignatura pendiente en todos los países de la región. Durante las últimas décadas, los docentes han sido considerados más como un medio o recurso para el mejoramiento de la calidad de la educación que como protagonistas activos y fundamentales del cambio. Las reformas educativas se han centrado más en los cambios pedagógicos y de gestión que en los docentes” Se considera prudente decir que dichos cambios pedagógicos y la inserción de la gestión administrativa como hechos relevantes de la escuela no han pasado de los escritorios ni de las flemáticas reuniones de expertos. El maestro debe recuperar su autoridad intelectual basada no solo en una mejor capacitación en su área de desempeño, es urgente formular cambios en el sistema curricular, profundizar en unas políticas educativas que promuevan los avances logrados, para entonces sí, participar de la construcción de un nuevo posicionamiento de la profesión docente en los distintos escenarios geopolíticos de la sociedad.
El momento histórico para que las buenas prácticas escolares devuelvan a los niños, niñas y jóvenes a las escuelas es éste. Llegó la hora de “redefinir un ‘nuevo pacto’ entre los sujetos de la comunidad educativa. Pacto en el que los educadores asuman la tarea de reintegrar a los niños y jóvenes excluidos en el contexto de una sociedad extremadamente desigual. Ello, debería realizarse a través de ‘políticas compensatorias’ democráticas, es decir, guiadas por las metas de la igualdad de oportunidades y posibilidades formando parte de políticas generales de reinserción laboral, cultural y social de los ciudadanos. En educación ésta debería ser integral, detectando y desmontando mecanismos de discriminación e inequidad. Es decir, debería ‘dar una mano’ a quienes han recibido u obtenido menos en el sistema educativo". Sin duda alguna a pesar de las falencias políticas, curriculares, tecnológicas y sociales los males de nuestro sistema educativo no están solamente en que no se hayan elaborado leyes, decretos y normas que reglen las acciones académicas. Se posee un acervo teórico/práctico suficiente de programas, planes y estrategias que dan cuenta de la preocupación del estado y los organismos privados por desarrollar las actividades de formación humana coherentemente con el modelo de sociedad por ellos ofertados. Sin embargo las prácticas de aula siguen siendo la inquietud principal, al punto que se mantienen incólume como un contrato social, en la cual se reproducen relaciones mutuas de dominación, y por tanto, de las formas de conciencia y representación ideológica que le dan legitimidad. Es por eso que el poder del maestro no es visto por el estado solamente como simbólico. Los actos democráticos por sus fundamentos pluralistas terminan siendo acciones pedagógicas que se gestan en la escuela, la reproducción maquiavélica de las estructuras de poder como de los intereses de una clase dominante no puede seguir siendo la medida racional de la institución educativa moderna.
Como dice, Humberto Maturana, “preparar a las personas para incorporarlas a la cultura y a la sociedad, pero al tiempo eduquémoslas en valores para que se respeten a sí mismas y a los demás dentro de los argumentos de una democracia civilista”, seguirá por mucho tiempo siendo la utopía irredimible de la educación en América latina, más aún en éstas épocas; cuando el libre mercado, el autoritarismo, el estado de opinión, las prácticas criminales, la corrupción y los subsidios deleznables hacen parte del mapa de la adversidad en donde Colombia ostenta una de las más altas calificaciones.
La escuela colombiana, la que seguramente emergerá después de ésta década funesta, podrá abandonar los edificios en ruinas en los que estoicamente se ha autodestruido. Podrá mirar a los ojos de los niños, niñas y jóvenes que aún la observan con fascinación porque en ella se formarán para ser seres humanos felices. Podrá, quizás, ir por campos, calles, ciudades y villorrios “a llevar la buena nueva” con su cargamento de sueños inmodificables, con su esencia de fiesta, con su sello de ciencia y humanismo, con su impronta laica, y de pronto, a comprometerse, como dice, Denise Najmanovich “con poner en primer plano la capacidad de exploración, el procesamiento y la organización de la información, la posibilidad de tejer múltiples relaciones entre las diversas temáticas, la puesta en conjunto, el trabajo colectivo, la producción de sentido en múltiples niveles ligados entre sí y su presentación estética y ética. La escuela del nuevo milenio enfrenta el desafío de construir una institución educativa capaz de aceptar la diversidad de puntos de vistas, dar lugar a la diferencia de estilos y aproximaciones, que al mismo tiempo nos permita tomar contacto con nuestro acervo cultural y desarrollar la creatividad en un espacio de convivencia ligado a la comunidad”.
Lejos, eso sí, lo más posible, del discurso obtuso del negocio y de las truculencias obsesivas del dogmatismo estatal y empresarial.



BIBLIOGRAFÍA


Documento para la discusión presentado por Leonora Reyes (PIIE, Chile) y Orlando Pulido Chaves (UPN, Colombia).

Adriana Puiggrós, “Educación y poder: los desafíos del próximo siglo”, Carlos Alberto Torres (Compilador), Paulo Freire y la agenda de la educación latinoamericana en el siglo XXI, (Buenos Aires: CLACSO, 2001)
 
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