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domingo, 19 de julio de 2009

VIAJERO (Minicuento)

Dormía. La brisa entraba por los barrotes oxidados de la ventana. Las panties rosadas y los brasieres carmelitas por ahí recordaban la noche y sus respiraciones entrecortadas. Dormía. Yo, observaba.
Había viajado por tantos cuerpos femeninos que había olvidado los caminos para llegar a tu corazón. Había caminado por tantos amores que había olvidado los senderos para alcanzar al paraíso de los deseos. Había desandado los pasos de los tiempos en tantos labios que los sabores de ellos se desvanecieron en otros y otros. Había estado en tantos parajes íntimos que pensé que todos eran iguales; pero no, todos tienen su propio enigma y su encantamiento único. Desde la punta de los dedos, hermosos, como la dueña. Las rodillas preciosas que insinúan el tesoro de mis fantasías. Los muslos agraciados, hechos en el laboratorio del erotismo. Tú intimidad; la piedra angular donde firmaremos con sangre y saliva el pacto interminable del día a día. Tú cuerpo; una palmera de belleza infinita que desfila ante mis ojos, intocable por momentos, que desfallece cuando acaricio la textura de su piel. Tú rostro; hermosísimo e inasible, melancólico, metafísico, mío. Tus cabellos; una extensión mística de la brisa y de la noche que se enreda graciosamente en tu cabeza.
Creí haber viajado por todas las sinuosas geografías femeninas habidas y por haber. Pero que va. Tú eres otra cosa. Ebriedad. Dulzura, Descontrol. Amas y no amas. Te entregas sin hacerlo. Contigo el alfabeto de los amores y los desamores cada día deberá inventar nuevas formas de quererte. Y, los hombres, animales inacabados, miserables todos, intentaremos decodificar las señales originales que tu avezada sensualidad va dejando tatuadas en nuestra piel.
Siguió durmiendo. Mientras tanto, imaginar la vida sin ella, era un asunto sin resolver. La brisa jugueteó con sus cabellos dramáticamente oscuros, con sus olores de la noche anterior, con lo que aún quedaba en mí de ella. Dormía.
 
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