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domingo, 7 de diciembre de 2008

EL REY DEL HUECO (Articulo)


Conseguir que el colombiano común y corriente lea, no solo es una calamidad (para él), sino un verdadero milagro para el docente que ose enviarlo a tan “heroica” actividad. Pero si de por si, colocarlo a leer es un oficio farragoso (insisto, para él), como será para el docente quién la mayoría de las veces le aterroriza entregar una o varias bibliografías, pues lo más seguro es que el estudiante termine haciendo la consulta en el texto del docente, habida cuenta que es el único que existe a 500 kilómetros. Valledupar, santuario de la música de acordeón, asiento permanente de varias universidades y hogar melómano de parrandas interminables, es a su vez también, una de las ciudades en donde la lectura lúdica, la no obligatoria sufre las más terribles humillaciones. Poseo unos pocos libros, de esos que son imprescindibles para respirar en el ámbito intelectual (por lo menos para este humilde servidor): un ejemplar de la poesía de Mario Benedetti, el inolvidable poema veinte de Neruda y sus diecinueve espadachines, algunos libros de Hemingway, cuatro o cinco joyas de la obra descomunal de Gabo, rastros vigorosos de los versos de Ernesto Cardenal y Jaime Sabines, sustraídos de libros y revistas poco apreciados por amigos. Tengo también “El bazar de los idiotas” y la música maravillosa de Manuel Zapata Olivella, escrita con el rugido de los palenques y el olor al lodazal infame de los potreros del sur de Bolívar. Un librito de Óscar Collazos, otro de William Ospina y la crítica hierática de la gran Susan Sontag en un recorte de periódico viejísimo. Poseo a “Valledupar desde la otra orilla” de José Atuesta, tres o cuatro novelas de Mary Daza, ramalazos poéticos de Luis Mizar y, dispersos por ahí, entre la parafernalia de documentos, listados y trabajos de la universidad de Pamplona, el “Leonidas Acuña” y el “Prudencia Daza”, “Ilona llega con la lluvia” de Álvaro Mutis. Tengo otros, algunos han viajado a las bibliotecas personales de amigos que también me los sustraen, otros esperan turno para ser leídos o para ser robados y ser leídos. Para el libro no importa la manera en que es adquirido, lo verdaderamente mágico y milagroso es ser leído, sobre todo, si el “infeliz” (léalo sin pensar en ofensas) libro habita la ciudad santuario de la música vallenata.

Para conseguir un libro en Valledupar y degustarlo están al servicio del público, la biblioteca del Banco de la República y la “Rafael Carrillo Lúquez”, algunos textos interesantes en la Casa de la cultura y en algunas bibliotecas de colegios, universidades e instituciones privadas. Seriamente no es mucho. Se podría hacer rápidamente el raciocinio, pero que va, con lo que hay, sobra soledad en estos espacios de lectura y consulta. Si usted posee uno o varios libros interesantes cuídelos, de seguro son un excelente objetivo de algún lector obsesivo, que querrá obtenerlo para su colección personal, no como un préstamo, sino para siempre. Si usted no lo usa debidamente, deje que ése que se lo apropió lo haga con su beneplácito: traducción, “ésa si es una manera de construir patria”.

En los almacenes de cadena que funcionan en Valledupar (sitios turísticos para la mayoría) también venden libros. Encuentras allí todo el discurso de Walter Riso, literatura de auto superación, practicable pero inofensiva, algo de García Márquez y Santiago Gamboa, Jorge Franco, el de “Rosario Tijeras”, estos dos últimos considerados como los nuevos iconos del relato posmacondiano. , diría cualquier joven. . Tocaría contestarle. En fin, este esbozo ni siquiera explicita lo que es la literatura especializada. Por ahí existen algunas librerías que traen de Bogotá y Medellín por encargo estos textos. Por ahí el Internet ayuda. Por lo demás, en Valledupar, ciudad santuario de parrandas inmarcesibles, tener uno o varios libros interesantes o conseguir que los muchachos lean, no solo te convierte en un mago excéntrico tipo “Harry Potter”, te coloca el aura de rey, de rey del h…

Posdata: A mis ladrones les pido cuidar bien los ejemplares de: Balzac, kafka, Saramago, Joyce, aquel librito inolvidable de Raúl Gómez Jattin y otro imposible de sacar del corazón: Los cuentos premacondianos de Cepeda Samudio.
 
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