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miércoles, 9 de junio de 2010

Curriculo: críticas, reflexiones y desafíos más allá del aula (Ensayo)

La educación colombiana tiene una profunda deuda social con la formación de pensamiento crítico y la argumentación en las aulas de clase. Bajo estas circunstancias, lo que aprenden niños y jóvenes en todos los niveles los prepara para ser víctimas y para endiosar a sus victimarios. El castigo, la estigmatización y la muerte, entonces, es la música entrañable de nuestra tragedia sempiterna. Por tanto es urgente que se hable de los Currículos que tratan de expresar la concepción de Educación que merece Colombia. Un currículo ya no es el recetario de planes, proyectos, programas, métodos, estrategias, acciones y tareas que dan cuenta de lo que está escrito en algún lado; sino todo aquello que está en juego en el aula, en la escuela y fuera de ella (principalmente). No es fortuito ni anodino, de tal manera, decir, entonces, que la verdadera educación comienza después de la escuela. En ése orden de ideas cobra vital importancia el papel incluyente que deben tener dichos currículos, en el sentido que es más relevante lo que sucede por fuera de la institución educativa, que los quehaceres pueriles desatados al interior de los edificios escolares. Obviamente no se trata de desconocer los aportes sustanciales e ineludibles de las teorías disciplinares y pedagógicas que deben soportar la idea de educación que propicia el currículo adoptado; el debate debe centrarse en los procesos de contextualización, deliberación y proyección entre lo que está escrito y lo que se percibe dentro y fuera de ese espacio sin linderos que se denomina comunidad educativa. Los currículos de la mayoría de las instituciones educativas del país de cualquier categoría o rango en los últimos tiempos han sufrido emergencias políticas indudables. El cuestionamiento al colectivo docente, la tecnologización de las prácticas escolares, el desplazamiento interno y la desprofesionalización de la labor magisterial, increíblemente no ha sido tomado en cuenta a la hora de insertar reformas a los currículos. Eso ha generado caos, desesperanza y marasmo en los docentes; las aulas de clase son laboratorios de desidia, ineptitud y violencia. Y, los estudiantes, trágicamente han entendido el mensaje: reproducen el fastidio, la negligencia y el desinterés que al parecer hacen parte de la oferta permanente de formación humana de los currículos.
“Ningún currículo está terminado y nunca lo estará si aspira a ser efectivo. Esto es porque el documento, al igual que nosotros cuando emprendemos un nuevo proyecto parte de "supuestos". Supone como serán los alumnos, cuánto tiempo habrá… Pero a medida que vamos comprobando la veracidad de esas "pequeñas hipótesis", tenemos que ir remodelando la propuesta para que se adecue a la realidad” La pregunta que surge es por lo menos insidiosa: ¿un desplazado que está pensando en sobrevivir enfrentará las mismas problemáticas de otro que no sabe leer ni escribir? ¿Un desmovilizado que está concentrado en la huida estará en igualdad de condiciones de la adolescente de grado undécimo embarazada? O, ¿el joven que financia sus estudios con la venta de gasolina de contrabando, puede sentirse muy parecido a la estudiante que ostenta el primer lugar en todas las áreas sin competencia a la vista? Una sola respuesta: Se necesitan currículos más desafiantes, deliberativos, críticos, inacabados y reales. Que no aparezcan en los listados rutilantes del ICFES con su carga de mentiras y su ponzoña de fracasos. Que se avergüencen, asuman, publiquen, festejen y cambien de rumbo cuando sus egresados al mismo tiempo estén en los cargos más encumbrados y en las cárceles más deshonrosas. Currículos que tengan como telón de fondo la preservación de la vida, el medio ambiente, la ciencia, la ética, los derechos humanos y la legalidad; sin abandonar la práctica constante de la crítica, la reflexión, la argumentación y el respeto por el pensamiento del otro dentro del marco del disenso y los acuerdos.
En contraposición a lo explicitado en el anterior párrafo, un currículo nacional como el español, “es un proyecto de socialización al ciudadano que le permite al estado sentar las bases de una cultura común para todos los grupos sociales, que a modo de nexo, fortalezca las estructuras de cohesión del mismo” Es decir: todo un mecanismo de control político del saber por parte del estado que resaltan y sostienen sin pudor alguno las desigualdades socioculturales con el dinero proveniente de los impuestos de todos los estratos. Acá se vislumbran dos perspectivas: la primera es evidente, el estado controla para que la escuela no se politice. De alguna manera es evitar la movilización del gremio docente, la discusión de las decisiones que se toman en el sector e invisibilizar cualquier brote de resistencia inteligente en las instituciones educativas. La segunda es precisamente que la escuela se convierta en un ámbito político y deliberativo, que sustancialmente esté preparada para afrontar las emergencias propias de nuestras lógicas, dinámicas y desafíos sociales. A la idea respetable que “la sociedad representada por el estado es la encargada de la educación en las escuelas, y por tanto, cierto control es legitimo y necesario; y que eso implique unos estándares, competencias, contenidos y experiencias educativas mínimas para todos” , no debe aparecer como la panacea irreversible para decir que el modelo en aplicación tiene visos de fracaso, por lo menos en una sociedad tan plural como desigual como la colombiana.
Los currículos educativos no son en sí mismos ni efectivos ni derrotistas. Tampoco una colcha de retazos de teorías que expresan no solo un acervo acertado y eficaz dependiendo de la concepción de educación que tal sociedad necesita; nos parece en cambio, que detrás de cada idea curricular se entretejen elementos económicos, políticos, religiosos, sociales y culturales que determinan lánguidamente qué enseñar, cuándo enseñar, cómo enseñar, qué, cómo y cuándo evaluar; y como corolario: qué tipo de estudiante se debe formar para tener en el futuro inmediato un ciudadano más obediente, competitivo, reglado y comprometido con esa sociedad, que lo espera para que la desarrolle sin ninguna clase de alteraciones.
Sin equívocos se puede argumentar que la manera más prudente de observar las potencialidades de un currículo no es leyendo las bondades que adornan los libros que reposan en las instituciones educativas. Es ir al patio de recreo y escuchar los metalenguajes silenciados por los PEI, es ir al laboratorio de ciencias para observar con desconsuelo que la medida de la experimentación se basa en las creencias, es ir a la sala de profesores para darse cuenta que las discusiones didácticas fueron reemplazadas de tajo por un mercado persa de revistas en donde se ofrecen cosméticos, ropa interior, brebajes, rifas, medicamentos, etc.; es ir a las comisiones de evaluación y promoción para observar cómo se hacen alianzas coyunturales para que fulanito o zutanito no asistan a la ceremonia de graduación o para que se mueran de tristeza escuchando las estadísticas maquiavélicas de los maestros que convierte en indeseables a muchos estudiantes, que ya están pagando deudas sociales por ser pobres, desplazados, desmovilizados o las tres categorías al mismo tiempo de manera anticipada.
Una canción cerrera de Silvio Rodríguez me recuerda y me entrecruza los conceptos de currículos, metas de desempeño, metas de calidad, perfiles, estándares, competencias… formación humana, en fin. Me enfrento al endemoniado tráfico de Valledupar a las doce y media escoltado por centenares de mototaxistas que van enloquecidos desafiando el hambre y la muerte. Subo el volumen a mi Panasonic y mañana todo lo escrito aquí me dolerá igual… “Vamos a andar en versos y en vida atentos, levantando el recinto del pan y la verdad. Vamos a andar matando el egoísmo, para que por lo mismo reviva la amistad. Vamos a andar hundiendo al poderoso, alzando al perezoso, sumando a los demás. Vamos a andar con todas las banderas trenzados de manera que no haya soledad”
 
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