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sábado, 8 de agosto de 2009

REELECCIÓN (Poema)

Fueron los días más aciagos y tortuosos.
Los días del apocalipsis que nadie ansía.
Los días remotos coloreados en el mapa de la adversidad.
Los días de la huida con el alma fuera del pecho,
Las raíces ensangrentadas y la mirada enemiga de los amigos
Enumerando lápidas.

Fue la muerte más esperada y apacible.
La muerte de la dignidad refugiada en el letargo del alfabeto.
Las muertes primigenias enredadas en los motivos.
La muerte burlesca y ufana que no admite designios,
El silencio suficiente y el dolor de todos
Gravitando en el mar de la angustia. El verdugo delira.

Los días de la muerte se han atascado en la memoria.
La memoria relegó su efigie y su linaje.
Colombia dormita.
El verdugo necesita 4 años más.

viernes, 7 de agosto de 2009

LAS TRUCULENCIAS DE LA IMPOSICIÓN (Articulo)

Imponer se define como la exigencia desmedida de algo que se obliga a hacer a otro o a otros. La imposición históricamente se ha derivado de las leyes (inicialmente las divinas) y posteriormente las terrígenas, para denominar de alguna manera a aquellas acciones, que el hombre o los estados usan para superar el caos o bien para preservar la vida. La imposición también surge del conocimiento que el ser humano acumula mediante el estudio racional de las ciencias, y con el logra, de forma premeditada, asignar funciones a otro o que ese otro piense como él. Es decir, es el uso excesivo de la fuerza, en un empaque decoroso y legítimo.
Las religiones predicaron (o predican la imposición) de sus postulados a través de la enunciación del pecado, los castigos, el infierno y demás coacciones proverbiales. Reglaban la conducta de los creyentes desconociendo la fábrica de discernimiento que habita en el ser humano. El hombre y la mujer en calidad de entidades cambiantes han ido explorando las distintas vicisitudes de la naturaleza, y la religión ha debido concebir nuevos escenarios de imposición para que el rebaño no pierda de vista a su pastor. Las leyes están hechas (según entiendo) entre otras cosas para preservar la vida de todos los seres humanos. Dramáticamente lo han querido hacer (o lo hacen) es a través de normas que buscan imponer (a las buenas o a las malas) fundamentos que precisamente obstaculizan su esencia. Por ejemplo: la ley de justicia y paz que hizo aprobar el presidente Uribe en el congreso colombiano. Ni garantiza la justicia, ni repara a las víctimas y mucho menos promueve la paz. Es una ley para establecer la impunidad, la violencia y el desprecio por la vida como principio constitucional. Impuesta contra viento y marea a los familiares de las víctimas resguardada en el vestido andrajoso de nuestra democracia.
El conocimiento es un bien vital de las personas que es posible construir a partir del estudio mesurado, permanente y racional de los saberes que la humanidad provee, y las investigaciones que la ciencia prohíja. El conocimiento implica que él que lo posee ha elaborado una versión personal o colectiva para solucionar un problema, o bien para mejorar la calidad de vida del ser humano. De ésta manera debiera ser generoso, compartido, humanizado y al servicio de los demás. Bien utilizado da poder. Impuesto genera fastidio. No importa que se pague por tener acceso a sus fragancias; cuando es consensuado, forja respeto. No importa que sea gratuito; cuando es autoritario, promueve rechazo. Se sigue al pie de la letra para dar contentillo al seudointelectual, pero el ambiente queda invadido por un fuerte hedor a tiranía. El que impone se marchará a su morada, pero allá en el lugar recóndito de sus efluvios intimistas su derrota será aún más grande. Venció increíblemente en público los preceptos democráticos, utilizando para ello, el conocimiento. Rafael Acosta, viceministro de Educación de Nicaragua, lo decía sin resquemores, en los salones de la Universidad Pedagógica Nacional: “Si el conocimiento no es democrático, si es impuesto, es la más primitiva forma de extorsión que se ha inventado el posneoliberalismo, para seguir haciéndonos creer que ése es el destino que nos merecemos” Algunos nos preguntamos por estos días bastante aciagos, si parte del desgano que se percibe en el colectivo de maestros del país, no es consecuencia, concretamente, que el estado está imponiendo a sangre y fuego, como más le gusta: estándares, competencias, desempeños, sistemas de gestión de la calidad, etc.; para que maestros y estudiantes reproduzcamos de manera obediente un conjunto de conocimientos etiquetados de autoritarismo. El gobierno imagina que los colombianos eso es lo que necesitan aprender. Pero lo peor ocurre cuando son los maestros los que deben esgrimir los conocimientos al frente de sus colegas. Ahí aparece la simiente de la imposición con toda su carga autoritaria. Envanecidos con algunas informaciones consultadas en otros lares arrasan con los últimos rasgos de cualquier acuerdo, que para mal o para bien es producto del consenso de la mayoría. Persiguen sin desmayo la verdad absoluta, que en los escenarios del conocimiento, no existe. Se quedan sin los artilugios de la piedra filosofal al momento que el Ministerio de Educación, autoritario como ellos, les cambia el contenido apocalíptico del conocimiento. El totalitarismo cognitivo se desmorona por el mundo de los mortales para ser tragado por una alcantarilla fétida.
En ese instante nada diferencia el conocimiento que impartía (o imparte) la iglesia católica, la dictadura normativa de las leyes, con la tiránica actitud de los maestros. Por un lado el conocimiento asociado a las creencias derivadas de un ser superior, por el otro el ejercicio cognoscitivo legalizado a través de directivas ministeriales emanado del respaldo popular, y de contera, conocimientos invadidos de despotismo procedentes de algunos apostolados que en el futuro cercano harán metástasis. La fiesta de la autocracia danzando en los ámbitos escolares es la medida real de la problemática educativa en Colombia. Pero para que ésta fiesta sea efusiva, durable y fascinante necesita de maestros que quieran imponer la versión de los hechos que ellos creen que existen, para solucionar problemas que solo están en sus mentes, o en el imaginario de los autores de los textos que leen con fruición. Necesita de estudiantes que hipotequen su “equipaje” intelectual para reproducir las acciones autoritarias que son la sangre de los conocimientos que seguramente les ayudarán a construir ésta generación de maestros opresores. Afuera los esperará una sociedad áspera que requiere menos autoritarismo e imposición. Y que demanda de sus maestros más democracia, más decencia, más ética, más igualdad, más oportunidades, más raciocinio, más dudas, más investigación, más riesgos.
Una institución educativa incluyente, capaz de cumplirle a la sociedad sin acudir a las imposiciones dictatoriales; necesita de maestros, obviamente, formados en el debate civilista que siempre converge en los consensos que involucra el pensamiento de las mayorías.
 
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