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domingo, 28 de febrero de 2010

Es que tiene 14 años (Intrarrelato)

“Para quienes el camino seguramente no existe y sus fuerzas inexorablemente las llevará al abismo. El resto nos llamaremos: cómplices”

Hacer que los muchachos le “encuentren sentido a las cosas” en el escenario del aula de clase va más allá de los intrincados formulismos teóricos que sustentan a la competencia interpretativa. Tiene 14 años y una mirada vivaz cuando está alegre. Pero detrás del aparente alborozo aparece casi al instante una tristeza hostigante. Es extremadamente delgada y legítimamente hermosa. Pero está vacía por dentro. Y no porque lo quiera. Es que no tiene familia. Por ahí posee representaciones mentales que indican que un “señor” y una “señora” tuvieron sexo y ella está ahí, delante de mí. Su mundo no tiene nada que ver con la esquizofrenia de las teorías y las incitaciones esotéricas del currículo escolar le son indiferentes. Es que tiene 14 años. Vuelvo a observar su intimidante delgadez y la serenidad de su silencio y me niego a aseverar que sea una “rebelde sin causa” de éstas nuevas generaciones de colombianas, que se están quedando sin oportunidades reales para salir adelante, porque hace tiempo se quedaron sin familia y sin norte. Ya no llora. Solo se seca por dentro y se acoraza. Sonríe para que los demás crean que ella existe. Para que la ceremonia de la vida exprese su peor morbo. Para que yo crea, que ella entiende: la oración intelectual de la literalidad y los ejemplos delirantes de la música del conocimiento. Ella no está. Ella no me reconoce. No soy un interlocutor válido para sus oropeles y sus rupturas. Y, ni siquiera, estoy en sus planes del ahora. Es que tiene 14 años.
Encontrarle “sentido” a una frase escalofriante, una gráfica sin ínfulas, a un símbolo polémico, a un signo atípico, a una imagen apasionante, a una melodía dulce, a una figura presurosa, a lo que se dice entre líneas, a lo implícito, en estos días es uno de los desafíos más grandes del gremio docente. No se trata solo de mostrar los patrones conceptuales o los parámetros teóricos para consensuar, comparar o contrastar las narrativas del saber, sino que es imperativo e irrenunciable comprender en qué tipo de sociedad estamos y cuál es la clase de ciudadano que ella necesita. Yo sigo con mi parodia didáctica. Ella: se duerme y despierta sin cerrar los ojos. Va por ahí. Si le pregunto, le da lo mismo. Tiene una manera desafiante y enternecedora para decir, “que no sabe nada”. Si le digo que pregunte, le da lo mismo. No tiene preguntas. Caigo en cuenta que la vida le comió la imaginación; con golpes, madrazos, “con esa actitud no vas a llegar a ningún Pereira” y golpes otra vez, de esos que no marcan el cuerpo, pero dejan huellas irreversibles en el alma y en la memoria. Cuando el timbre anuncia que la fiesta queda aplazada, ella se levanta con una estudiada mezcla de garbo y agilidad, recoge el cuaderno de apuntes con displicencia, lo guarda sin misericordia en una tula desgastada y se va sin decir nada entre el tumulto. Tiene mi mirada en la espalda, pero como para variar, le da lo mismo. El patio de recreo es un juego exacerbado de caníbales. Ella vagabundea de un lado a otro. Le mama gallo al hambre. Exhibe su silueta de modelo europea por el muladar de los comentarios irónicos. Sabe que en la próxima clase debe enfrentar el taller de análisis textual que se deriva de la competencia interpretativa. Eso ni la despeluca ni le crea preocupaciones existencialistas. Ella sabe que la vida que ha llevado le ha de servir para vencer los miedos seculares, el ridículo inexplicable y los sarcasmos impronunciables. Es que tiene 14 años y aún no conoce la derrota. Su vida es y será una lucha por el ya. Mañana no existe. El sentido que le encuentra a las cosas, lo define con la respiración que la acompaña. Es andar por ahí sumando minutos. No le teme a un insuficiente y mucho menos a un desempeño bajo. Solo le angustia lo que ha vivido. Lo demás no tiene sentido. Es que tiene 14 años.
Ya lo dije: no contesta, no pregunta. Solo tiene claro algo: las cosas no tienen sentido. Su mirada, en cambio, es una playa solitaria. Profunda y sin gaviotas en el firmamento opalino. Sin besos soñadores y pescadores desafortunados. Sin poetas enardecidos de amor y sin doncellas anudadas a las estrellas. Viste exageradamente natural: zapatos a punto de “sacar la mano”, blusa seguramente heredada de una amiga desagradable, falda ajustada y las medias incoloras. Aún así, por encima, su belleza es monumental. Me pregunto, qué tanto se puede vivir a los 14 años. Me contesto: muy poco. Para que a los 14 años las cosas no tengan sentido se tiene que haber vivido todas las tragedias humanas juntas. Muy buena respuesta. Me explico: Cero familia, mucho castigo. Cero amor, mucho desprecio. Cero afecto, mucha tortura emocional. Cero cariño, mucho vilipendio. Cero calidad de vida, mucha miseria. Cero educación, mucha pobreza y Cero autoridad y mucho gobierno.
A veces la he visto bailando con coquetería y cantando sin pudor alguno. Pero la encuentro coherente. A veces quiere huir de lo que es y dura muchas mañanas intentando ocultar lo que todo el mundo ve. Y le luce, porque es una palmera errante que nació para autoexhibirse. Canta letras que hablan de alegrías y dichas que solo le pasan a otras. No le lastima el dolor de los demás porque las penas propias le dejaron una gran enseñanza: todas tienen su propia cuota de desdichas, en esa larga cadena de desventuras que alguien llamó: vida. Ya no le duelen sus infelicidades, pues no tuvo tiempo de conocer la otra cara de la realidad. Solo comprende aquello que tiene ese fuerte hedor a sospecha, a lejanía, a maltrato, a discriminación, a sátira, a almas vacías, a perfume de los abismos… Es que tiene 14 años. Y a nadie parece importarle.
Ella es el país con todos sus defectos y virtudes en la clase de Lenguaje, del grado décimo, en el estrato uno, de una ciudad mediana que se cae a pedazos por cuenta de la rapsodia alicorada del vallenato, la furia desbocada de la corrupción, la miseria interminable de la mayoría y la complicidad necrológica de los que creemos en algo y de los que no creemos en lo que cree el resto. Mañana quizás vuelva con su silencio estrepitoso como armadura. Acordonando con sus ojos de un negro alucinante el precario territorio que aún le queda. Defenderá con su mutismo de condenada las coordenadas pesimistas que secuestran sus pensamientos. Nadie tiene derecho a violentar sus dominios. Es una reina imperturbable de un imperio lejano que se quedó sin súbditos. No habla, pero vigila y nos confunde. Mañana quizás no tenga necesidad de regresar a clase. Su figura sobra. Ya no habrá murmuraciones cobardes que hablen de nuestra debilidad sempiterna. Ni risitas mordaces que prueben lo miserables que somos. Nadie preguntará por la “bruta” y “apestosa” que nunca dice nada. Su sitio será ocupado por cualquier estúpido o cretina que si justifique el dinero que el CONPES le gira al Municipio para que repita juiciosamente, para que obedezca con sumisión y para que crea toda las barbaridades que cabe en los libros catalépticos y en las sandeces pedagógicas del docente a cargo.
Dolerá adentro no volver a mirarme en sus retadores y petulantes ojos de paloma en fuga. No nos dará el gusto de saber porqué es cómo es. Se irá con sus silencios estoicos a reanimar las teorías funestas que suponen y patentizan que éste tipo de estudiante le hace daño a los resultados de las pruebas ICFES y colocan en peligro la convivencia en la escuela. Casi que pone en aprietos el estado social de derecho y, de contera, incrementa las probabilidades para que en la nación estalle una hecatombe social. Me acuerdo, que tiene 14 años, y me siento cómplice.
Ella hoy no vendrá y la clase también perderá su sentido. La educación se justifica, la argumentación y sus parentelas teóricas sirven, las fábulas de la formación humana subsisten, solo si la locuacidad discursiva y cognitiva arrancan una sonrisa de aquella que olvidó que la alegría existía. Vagará por la lluvia con el alma vacía, pagando unas deudas que jamás concibió. No le dolerá nada. El bien y el mal no tienen permiso para meterse con ella. La encontraré algún día en una esquina difusa de mis recuerdos. Y volveré a intentar, obstinadamente, una explicación para “el sentido de las cosas”. El pintalabios carmesí y las pestañinas multicolores son arrastradas por la lluvia de las lágrimas. Bajará el rostro disfrazado de desgracias. Fingirá no conocerme. Cambiará de cliente. Es que ya no tiene 14 años. Y mi complicidad hoy más que nunca me sabe a fracaso. El sueldo, obviamente, me sabrá a sangre…

domingo, 21 de febrero de 2010

Modelo económico, modelo educativo: Concepciones, enfoques y problemáticas educativas en América latina.

Aun cuando el concepto de política pública siempre ha estado asociado a las acciones del estado o a ciertas actividades del gobierno de turno, para que ésta funcione o bien para que exista como tal, “todo pasa por la redefinición del modelo económico imperante”. Esta premisa desvirtúa no solo el principio inviolable de la soberanía, la autonomía y la dignidad de los pueblos, sobre todo cuando la entrega se hace a favor de la banca privada o en su defecto beneficiando a los organismos multilaterales de préstamo del nivel internacional. La llamada liberalización de la economía hace presencia en todos los estamentos de las naciones permitiendo que todo opere bajo el criterio de la demanda, colocando a todo un pueblo a merced de las reglas de un mercado que obra en función de las multinacionales privadas.
Bajo este orden de ideas las empresas privadas bajo la anuencia del estado empiezan a cumplir funciones que antes eran patrimonio exclusivo del aparato estatal. Nada escapó a semejante parafernalia. Los gobiernos neoliberales “vendieron” a costos irrisorios la mayoría de las entidades del estado so pretexto que eran inviables en términos económicos. El beneficio social dejó de ser un capital importante pues desde la mirada de la oferta y la demanda, lo esencial eran las ganancias materiales.

Toda esta percepción privatizadora coloca a la educación en calidad de un negocio más que podía ser ofertado por las entidades privadas, es decir la redefinición de lo económico prevalece, en el sentido que lo trascendental es que el servicio educativo le llegue a las personas, no importa bajo qué tipo de contratación o qué tipo de organización pueda ofrecerlo. Para estos efectos los gobiernos impusieron la descentralización como un mecanismo político para despoderizar y desconcentrar el imperio omnímodo del gobierno nacional sobre las regiones. Sin embargo este “concepto de descentralización es relativo, pues lo fundamental lo sigue controlando el gobierno”, o por lo menos en el papel lo regula. Se cree, de alguna manera, que este artilugio gubernamental es un golpe mortal a la autonomía. Pues el estado por una parte le entrega un manejo mínimo a los entes territoriales y por el otro se inventa toda suerte de revisiones y certificaciones, para seguir inspeccionando sus obligaciones.

Todo gobierno neoliberal lo primero que hace es reformar el estado. Reformar el estado es desentenderse casi siempre de la mayoría de las responsabilidades que le son intransferibles por decirlo de alguna manera. La desaparición de entidades y la aparición de otras en el sector público, la supresión de puestos de trabajo adelgaza el estado de una forma tal, que las iniciativas particulares entran a reemplazar los proyectos públicos. Todo esto se da ante el silencio cómplice de una sociedad civil que avala estas prácticas a través de participar de una democracia endeble y una gobernabilidad cuestionada por la injerencia de gobiernos extranjeros, atenuados por el discurso de la globalización y justificados por el dogma irrefutable que la apertura de las fronteras a todo lo de afuera es y seguirá siendo la medida real de la inobjetable globalización. Entonces mediante una carga impagable de una gran cantidad de impuestos se construye la financiación de estas nuevas empresas que terminan incrementando con dineros públicos las chequeras de los empresarios privados. Legalizado el negocio perverso bajo la normativa de la lógica del mercado, el pensamiento que aflora es que el modelo educativo, en la mirada del neoliberalismo se debe financiar bajo los parámetros de la demanda. Aún la figura de la garantía del derecho a la educación es más un sofisma que un principio constitucional efectivo.
Pero si el neoliberalismo es dañino, el neoinstitucionalismo es peor. Este segundo concepto es introducido para “el diseño de las reglas de juego que permitan que las políticas de estado sean socialmente aceptadas” por el grueso de la población. La noción de sociedad civil como un escenario de consenso es de alguna manera receptora de tales políticas, no importando que estas sean impuestas, el solo hecho que la mayoría estén involucrados en calidad de usuarios, confirma el maridaje y la aceptación. La propiedad privada adquiere ribetes inamovibles y las reglas de transparencia aparecen como la panacea para minimizar el desastre social que se avecina. De hecho, tales políticas tienen y tendrán efectos devastadores en los sectores vulnerables: la pobreza y la desigualdad se multiplican; y lo social, se confirma como la mácula inocultable en el fracaso obvio de la filosofía política establecida. Neoliberales y neoinstitucionalistas intentan incorporar elementos sociales para reducir la pobreza y la desigualdad. Garantizar el disfrute de los derechos de todos y todas dentro de unas condiciones mínimas es observado por ellos y por los beneficiarios de dichas medidas como un “alivio social”. De ninguna manera la pobreza y la desigualdad han desaparecido en América latina. Ha sido más sencillo para los gobiernos cambiar los indicadores que miden estas dos variables, que avanzar en la implementación de políticas que desactiven las causas que las provocan.
El mal llamado “alivio social” que por muchos años ha desvelado a los gobiernos de derecha se ha reencarnado hoy día, en pavorosas políticas asistencialistas cuyos fines son simplemente electorales o un sofisma perverso para mantener la gobernabilidad. Al lado de éstas empresas maquiavélicas orquestadas por el neoliberalismo, aparecen toda suerte de fundaciones sin ánimo de lucro, lideradas por artistas y deportistas, cuyo objetivo altruista (al parecer) es ayudar a los más pobres. Pero han terminado lánguidamente reemplazando las funciones del estado en sus responsabilidades constitucionales, fortaleciendo no solo el asistencialismo, sino acrecentando la diabólica cadena de dependencia y miseria, en lo cual son cómplices y aliados del gobierno. Los subsidios gubernamentales y las limosnas de los famosos son el tal “alivio social” para las víctimas del modelo político.
Mantener la pobreza y reproducir la desigualdad social son entonces el objetivo real del neoliberalismo, el neoinstitucionalismo y la filosofía política de la derecha privatizadora. Para ello la tendencia mercantil mundial de la educación debe ser implementada en todos los rincones del planeta. Es obvio que la escuela deja de ser un ámbito para la construcción de conocimientos desde lo político, lo cultural, lo social, lo intelectual y lo ético, para ser organizada desde la concepción de la gestión de recursos. La lógica empresarial subordina a la pedagogía y el pensamiento intelectual se reduce a la enseñanza y el aprendizaje de conceptos anodinos, poco relevantes y racionalizados para desarrollar tareas mecánicas.

Una educación que no tiene en cuenta los desarrollos desiguales y los ritmos de aprendizajes distintos tiende al unanimismo y al fomento de la estandarización. La educación ofertada en calidad de mercancía estará al servicio de la mediocridad. Las políticas educativas dependerán de lo económico. Estos países seguirán sumidos en el más cruel olvido. Pues la educación podrá aportar poco al desarrollo intelectual de los seres humanos. Imaginar los escenarios educativos de América latina como franquicias de conglomerados financieros de Estados unidos o Europa cada día deja de ser una pesadilla lejana, para convertirse en una realidad a la cual tarde o temprano nos acostumbraremos. Finalmente para eso sirven las políticas que nos imponen. ¿Políticas?
 
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