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domingo, 17 de enero de 2010

Diálogo de saberes: dinámicas, secuencialidad y lógicas desde la escuela.

Los saberes son artefactos cognitivos que intentan reproducir materiales culturales, sociales, políticos y científicos, a través de teorías y prácticas que el hombre aprehende/desarrolla en los diversos ámbitos de sus procesos vitales. La escuela, en calidad de institución social, es el escenario ideal para que haya menos posiciones personalistas confrontando temas y problemáticas, y puedan emerger en ella, las mejores conversaciones académicas que apunten hacia la consecución de la utopía de la formación humana: que más hombres y mujeres puedan respetarse mutuamente, conviviendo con las diferencias y creciendo al margen de los egoísmos y las estigmatizaciones.
La escuela, insisto, es el lugar común en donde deben florecer “las raíces hermenéuticas del dialogo de saberes” . Ese dialogo debe superar como tal las ataduras academicistas autoritarias que impiden los puntos de encuentros entre una asignatura y otra. Se trata es de anudar cosmologías, memorias y disensos. La idea es hacer converger puntos de vistas desiguales, miradas diferenciales y argumentos diversos sobre la misma base conceptual. No es homogeneizar para que el fruto del dialogo estandarice el pensamiento. El fin es crear códigos, nociones, imágenes, ideas, opiniones y argumentos que prohíjen la secuencialidad, las dinámicas y las lógicas para desactivar las causas básicas de los problemas de la modernidad.
Al interior de la escuela el dialogo de saberes no solo es necesario sino imperativo. Es urgente que los proyectos pedagógicos desborden las anodinas e interminables reuniones de docentes por su carácter flemático y bizantino. La dispersión, la invisibilización, la ausencia de debate académico y la egolatría han sido históricamente la medida real de estos proyectos en las instituciones educativas.
Un proyecto pedagógico es un contrato social dialógico entre directivos docentes, docentes, estudiantes, egresados, actores del sector productivo, miembros de la academia y de la sociedad civil. Nace en la escuela, pero es universalista. Prorrumpe en la simiente de la Educación Preescolar y no culmina con las lisonjas fulgentes del acto de graduación. Realmente no tiene estaciones de llegada, solo metas intermedias que le han de servir para recibir nuevos viajeros y para reabastecerse con las ideas de estos. Creemos, que incluso, nunca soluciona las problemáticas que aborda; pero si aglutina consensos suficientes para que la sociedad sea construida con mejores perspectivas, “ésta condición permite plantear la hipótesis de una autonomía relativa, desde la que es posible configurar identidades plurales y dinámicas. Tanto los sujetos como el mundo son construidos en la interacción creativa, dialógica e intencionada” .
Un proyecto pedagógico, no puede ser, entonces, un documento esplendoroso que ofrece recetas paradójicas a problemas que a veces no existen, a través de un conjunto de actividades muy lúdicas, que rayan incluso, en acciones anárquicas que desvirtúan los objetivos que supuestamente persiguen. Sin bloques temáticos que certifiquen su linaje cognitivo, sin estándares académicos que respondan por los niveles de coherencia conceptual, sin competencias plenamente definidas que propulsen las habilidades disciplinares, sin productos fiables que refrenden la eficacia de las actividades y sin indicadores que permitan la articulación entre el plan de acción y las tareas evaluativas, hemos visto desarrollar estos proyectos sin que nada pase con ellos. Son una caricatura grotesca del desorden de la programación curricular: su hermana mayor.
Para emprender el camino del dialogo de saberes en los procesos educativos se requiere tener en cuenta algunas condiciones que lo posibiliten: “el reconocimiento de sujetos dialogantes, los ámbitos que le den garantía, y sin duda, las experiencias vitales diferentes/semejantes, que quieran ser compartidas. Es de estos elementos que se puede construir una semántica de los hechos, de los intereses e intencionalidades, de los saberes, de las expresiones e interacciones, de las percepciones, de las vivencias y deseos” . Es cierto, que en la escuela realizan La feria de las ciencias; pero es inocultable que ese proyecto pedagógico no enseña a los y las estudiantes a hacer ciencia. Nadie duda que exista el Proyecto de Comprensión lectora; la incógnita es cuántos documentos produce, publica y les convalidan las entidades expertas en la materia a los miembros del proyecto. La ilusión es que las narrativas de la sociedad civil tengan un punto de encuentro con las teorías universales en las que el proyecto se soporta.
Entrecruzar la racionalidad de la Ética, la masividad de la Informática y la cientificidad de la Filosofía para comprender el trasfondo político de la enérgica reacción policial y jurídica del gobierno de Uribe; para ubicar, capturar, judicializar y condenar a un joven capitalino por haber creado un grupo en Facebook, que invitaba a asesinar a uno de sus hijos, me parece que es un debate académico que merece el nombre de proyecto pedagógico y un espacio inexcusable en las tareas escolares. Para aprender el abecedario de la argumentación, el sustrato teórico de la crítica y la ponderación de las acciones reflexivas no es necesario esperar llegar al grado undécimo, ni a las retóricas asignaturas de los primeros semestres en la universidad, y mucho menos, asistir a los tertuliaderos inefables y sesgados de los medios de información; basta con que los saberes de algunas áreas aborden conflictos sociales del interés de la sociedad civil, que permita que “los involucrados puedan observar todas las dimensiones que conforman su ser, tener, estar, querer, conocer, expresar y sentir. Por lo anterior lo ético, lo político y lo estético son opciones fundantes de la propuesta, debido a que en ella todos los implicados en el proceso pueden verse y ver lo que allí se hace visible” . Corresponde al docente, de una vez por todas, ser un mediador que acompaña y cuestiona el proceso en sus metas, finalidades e insumos, para colocar al “otro” a reflexionar, en el sentido que somos parte de una problemática social, que pone a la sociedad a que reflexione sobre dicha problemática. Ese “otro”, al cual se hace referencia, somos todos en un círculo de consensos y fragmentaciones, con distintas lógicas y dinámicas en busca de un lugar común en el cual podamos seguir discutiendo civilizadamente sobre el tipo de ciudadano que la sociedad nos encomendó formar.
La legitimidad de un dialogo de saberes configura a grandes rasgos la permanencia de la escuela en calidad de institución social, respetada no por la historicidad de su legado cultural y cognitivo, sino por su esencia política, racional y ética frente a los desafíos que nos impone la pobreza, la criminalidad y la corrupción de los dictadores del estado de opinión. En estos momentos, es el dialogo de saberes encarnado en la escuela, como propiciadora de la vida, a través de la justicia, el derecho y la igualdad; confrontando estoicamente a los autócratas del consumo que tienen en las falsas democracias, las creencias religiosas y el apostolado del terrorismo; la oración demagógica que vaticina el fracaso de las demás formas de pensamiento que proliferan en la escuela. Proyectos pedagógicos, programaciones curriculares, actos educativos que personifiquen, exploren, develen y comprendan los modos muy diversos en que los grupos humanos construyen intenciones, horizontes y sentidos de vida en la diversidad, en la fragmentación, en el descentramiento recreando las claves dialógicas, interactivas y hermenéuticas en las cuales la escuela recupere su papel preponderante: extender los límites de la vida para todos los seres humanos desde un dialogo multicultural y político.



Bibliografía

Balbín J. Dialogo de saberes: una búsqueda. En Lenguaje popular: Bogotá. CINEP. 1986.
Coraggio J. La propuesta de descentralización en busca de un sentido popular. Buenos Aires (Mimeo) 1988.
Ghiso A. Cuando el saber rompe el silencio, dialogo de saberes en procesos de educación popular. En la piragua. No 7. Santiago. Ceaal. 1997.
Mejía M.R. Educación popular, temas y problemas. Bogotá. CINEP. 1988.
 
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