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viernes, 16 de octubre de 2009

Calidad educativa: conceptualización, dilemas y soluciones

La educación es un campo amplio y diverso en el sentido que en su interior confluyen todas las manifestaciones humanas de la sociedad. Incluso algunos expertos consideran que es un “campo en constante disputa”, porque a partir de él se construyen la mayoría de las decisiones políticas, económicas, democráticas y éticas de las comunidades. Pensar en educación indica, de tal manera, la planificación consensuada del tipo de sociedad que el estado pretende, porque no es un secreto que la educación permite con sus materiales conceptuales y sus acciones metodológicas “moldear” un modelo de ciudadano apto para desarrollar las políticas que el estado promulga. Más allá de la discusión argumentada sobre la clase de educación que merece la sociedad, hoy día el debate se centra es en la calidad del servicio educativo que ofertan las escuelas. En tal sentido, los cuestionamientos más comunes se dirigen hacia los docentes que orientan los procesos, los directivos que dirigen las tareas curriculares, los estudiantes que son sujetos de los aprendizajes, los padres de familia que nos confían sus hijos, las secretarías de educación que reproducen las políticas en los escenarios locales, el ministerio del ramo que elabora y desarrolla las estrategias estructurales, las gestiones administrativas que deben mejorar los estándares en todos los niveles, las pedagogías que deben propiciar el conocimiento productivo, las didácticas que encarnen el espíritu de la formación humana y la evaluación que está para expresar la dirección y la eficiencia del sistema; en fin, todo el sector está bajo la lupa de la sociedad civil y del estado.
Para Rodolfo Posada, Director del Doctorado en Ciencias de la educación de la Universidad del Atlántico, El concepto “calidad de la educación, dada la complejidad y amplitud de los elementos que abarca, debe superar las limitaciones que lo reducen a los resultados de las pruebas de rendimiento académico (de papel y lápiz) que se aplican a los estudiantes durante sus estudios y al finalizar los diferentes niveles educativos. Desde el enfoque de organizaciones escolares inteligentes, se asume la calidad como un proceso cuyos logros deben conducir hacia la excelencia, expresada en el máximo desarrollo del potencial humano, en una tensión creativa entre lo que se tiene (realidad actual) y lo que se desea obtener (visión compartida”). En esta perspectiva, los medios para lograr la calidad son las estructuras y dinámicas propias del aprendizaje individual y organizacional. En el camino hacia la excelencia convergen acciones colectivas, individuales, materiales y espirituales. En esta dinámica son clave las personas, las circunstancias y los contextos vividos en cada época histórica.
Esta concepción sobre calidad de la educación es una síntesis que recoge lo esencial de las disciplinas del aprendizaje organizacional (pensamiento sistémico, dominio personal, modelos mentales, visión compartida y aprendizaje en equipo) en torno a la formación integral y la adquisición del máximo potencial humano. También incorpora los saberes inherentes a la formación fundamentada en competencias desde la configuración del desarrollo humano: saber conocer, saber pensar, saber ser, saber sentir, saber convivir, saber compartir.
Pero más allá de la retórica discursiva que rodea la educación colombiana, cuando se le sigue endilgando el caos reinante del conjunto de la sociedad, se cree que los esfuerzos del estado no han bastado para mejorar la calidad de vida de los colombianos, porque obviamente los avances no han llegado a las aulas de clase. Las variables incidentes para que la educación no cumpla con su papel fundante son muchas y afloran a cada instante acompañando nuevas problemáticas: el desplazamiento forzado, la pobreza, la miseria, la violencia en todas sus fases, el hambre, la corrupción y la ausencia de políticas públicas pertinentes se han convertido en verdaderos campos minados que impiden que la escuela coadyuve al mejoramiento de los indicadores básicos, en relación con el resto de países de América latina. Este panorama desolador requiere, como lo afirma, Orlando Pulido Chávez, Director del Instituto Nacional Superior de Pedagogía, organismo adscrito a la Universidad Pedagógica Nacional, por una parte, “el diseño de políticas públicas orientadas a cambiar de manera integral al docente, incentivar una carrera magisterial que valore el desempeño profesional, las condiciones laborales y de remuneraciones; fomentar una evaluación del desempeño docente que incluya la valoración de los aspectos éticos e intelectuales de los alumnos y su aporte a la comunidad local; así como oferta de formación continua que incluya a los docentes, los directores de escuela, los responsables de las políticas y la gestión del sistema educativo en los distintos niveles”. Estos espacios conceptuales deben ser conjugados con acciones de movilización de la sociedad civil, pues la escuela se fortalece no solo cuando tiene buenos maestros, excelente infraestructura física, alimentación proporcionada, financiamiento estatal y el material didáctico adecuado; es perentorio también, que esté inmersa en una comunidad educativa que la salvaguarde de los recortes presupuestales, las medidas nocivas en lo laboral y la reducción de los escenarios de formación ideológica. Armonizar lo anterior, como dice Flavia Tirigi de la Universidad de Buenos Aires, implica proponer en todas las instancias del estado y los escenarios de participación de la sociedad civil, “incentivos a la creación de redes internacionales, regionales y nacionales de escuelas, alumnos y docentes que utilizan Internet, capacitación en el uso de las nuevas tecnologías aplicadas a la educación, apoyo e incentivos a los docentes que se desempeñan en situaciones de vulnerabilidad, realización de estudios y debates públicos sobre los conflictos laborales y profesionales de los docentes y sobre el papel que deben jugar los gremios en el mejoramiento de las políticas educativas, fortalecimiento de la participación de los docentes y los gremios en la definición y ejecución de las políticas educativas como condición indispensable para promover cambios en quienes tienen directa responsabilidad en los procesos de enseñanza aprendizaje”.
A lo anterior se le debe agregar que en el mundo contemporáneo las relaciones políticas, económicas y sociales han creado unas nuevas reglas éticas. Para entender este dilema social las instituciones educativas deben fijar sus propósitos y objetivos disciplinares más allá de los linderos de la escuela. Entre más amplia, plural y democrática es la mirada formativa de la institución, más cerca estaremos de construir a varias manos verdaderas comunidades de aprendizaje. Si el objetivo de los procesos educativos se enfoca en las necesidades básicas de las personas en edad escolar, es evidente que la escuela y sus maestros deben abandonar los edificios y oficinas para abordar las problemáticas de formación humana en los lugares que sean requeridos. Para tal fin la escuela debe estar dispuesta para el des-aprendizaje y el re-aprendizaje de contenidos y métodos de estudio, pues es la única forma de interpretar las nuevas dinámicas que se ciernen en las sociedades que se están re-acomodando, en un mundo cada vez más codificado y complejo a partir de la instauración y comprensión de renovadas formas lingüísticas, escenario en el cual se promueven las comunicaciones profesionales de la modernidad. Las soluciones para contribuir con la calidad educativa del país y la región pasa por revisar en profundidad las políticas públicas que el estado ha desarrollado. Observar en detalle los programas de formación docente y la pertinencia de los planes de estudios. Debatir, incentivar y proponer políticas emergentes y alternativas desde la sociedad civil, desde las escuelas, desde los docentes y desde la academia para acrecentar un acervo pedagógico, didáctico, académico e intelectual articulado a las teorías que impulsan las principales escuelas del pensamiento moderno.
La escuela que necesitamos hoy, según Denise Najmanovich, “requiere poner en primer plano la capacidad de exploración, el procesamiento y la organización de la información, la posibilidad de tejer múltiples relaciones entre las diversas temáticas, la puesta en conjunto, el trabajo colectivo, la producción de sentido en múltiples niveles ligados entre sí y su presentación estética y ética. La escuela del nuevo milenio enfrenta el desafío de construir una institución educativa capaz de aceptar la diversidad de puntos de vistas, dar lugar a la diferencia de estilos y aproximaciones, que al mismo tiempo nos permita tomar contacto con nuestro acervo cultural y desarrollar la creatividad en un espacio de convivencia ligado a la comunidad”. Hoy se le debe devolver a la escuela su esencia de fiesta, abrir las aulas de clase para que la comunidad participe de la construcción del conocimiento, estimular las prácticas y saberes desde otros dominios a través de acciones democráticas y transformar radicalmente los valores privilegiados que nos han sumido en la conformidad, la desidia, el atraso, la violencia y el ostracismo más lúgubre que sociedad alguna merezca.
Aunque las innovaciones y las acciones que la calidad educativa requiere fracasen total o parcialmente, la transformación de la educación sigue su curso ineludible porque ésta florece inexcusablemente en el día a día en los ámbitos vitales del enseñar y el aprender.
 
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