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domingo, 20 de septiembre de 2009

LAS NUEVAS NARRATIVAS DE LA CRÍTICA Y EL PATRIOTISMO (Ensayo)

Saber quien fue Simón Bolívar, José Prudencio Padilla, Policarpa Salavarrieta o Rafael Núñez es importante, pero no trascendental en estos tiempos anárquicos. Respetar las leyes; la de educación o la de salud, por ejemplo, es importante, pero insisto, no es trascendental, en un país en donde las instituciones educativas son laboratorios de desidia, desinformación y creencias. Saber qué es la constitución política, la omnipotencia de la presidencia de la república o el significado del estado de derecho, prosigo, nadie duda, que es importante, pero no va más allá del poder semántico de la frase. Podría seguir acumulando ejemplos relevantes y otros que no lo son tanto. Pero, realmente, en donde se debe centrar la discusión, es sobre ¿cuál es el tipo de estudiante que deben formar las instituciones educativas? Podría ser por un lado, un patriota irredimible que canta y se sentimentaliza hasta rasgarse las vestiduras con las notas marciales del himno nacional. Que mata y se hace matar por el inefable amarillo, azul y rojo. Que obedece a ciegas el llamado guerrerista de la fuerza pública sin saber porqué, para qué y a cuenta de qué. Que acata sumisamente las órdenes del gobierno o sus aliados para salir a marchar a las calles por lo que sea. Que cree estúpidamente en el entramado perverso de las encuestas. Que confunde dignidad con patriotismo y democracia con participación. Respiración con vida. Hordas rabiosas con grupos civilistas. Por el otro lado, un ser humano crítico, reflexivo, demócrata e inteligente. Que no se vende al mejor postor, que no salta de bando en bando como un vulgar delincuente, que cree en lo que se puede probar y que certifica con su aguzado sentido humano las acciones que desarrolla. Que tenga ideas firmes y posturas no negociables. Que aborde la crítica como el fin único dentro del marco civilista del debate argumentado.
En estos días aciagos, insisto, cuando los realities bobalicones de los medios visuales, las telenovelas de pacotilla, los seriados que hacen apología a las mafias, los partidos insulsos de la selección de futbol y el perverso voltearepismo de los politiqueros de derecha son la medida real de nuestra cotidianidad, habría que preguntar cuál ha sido y debe ser el papel de la escuela colombiana en éste maremágnum de infortunios que incluso propicia el estado mismo. Una de las limitantes de nuestras instituciones educativas en todos sus niveles y formatos, es que su influencia no ha logrado salir de sus recintos. Thomas Khum lo ha dicho de forma contundente, “la escuela comienza donde termina la escuela”. Es decir, el contenido de la formación educativa no está en los currículos, ni en el discurso pedagógico del maestro, ni mucho menos en los recursos que el estado acopia para atender al sector; sin duda, la premisa de Khum indica que la educación es un todo intencionado que debe cubrir todas las ideas y actividades de las comunidades en todo momento y lugar. Es entender la formación humana como opción ideal, sin que ésta se plegue a las imbecilidades de las teorías que planifican los desastres que padecemos; es que precisamente, el papel de la educación es erradicar o por lo menos minimizar el impacto nocivo de la mentira oficial, la vaguedad de las creencias que pululan y el absurdo de la guerra. Para tal fin, la escuela es el espacio. Una institución educativa que entienda por encima de las prácticas patrioteras, el valor de la memoria para construir una verdadera democracia y el dolor de los familiares de las víctimas masacradas doblemente por los héroes de confetis que nos fabricó la historia degradante del país.
Es hora que las instituciones educativas comiencen a percibir los conceptos de crítica y patriotismo al tenor de nuevas narrativas. La construcción de un discurso crítico es muy importante por su contenido incluyente. Se debe amar a la patria en la misma medida que se crítica el proyecto de sociedad que oferta el gobierno. Es más, la palabra clave en estas nuevas narrativas cognitivas es el respeto. Eso sí entre más profundo y complejo es este valor; más encarnizada, coherente y argumentada será la crítica. Crítica científica que recabe en las oscuras fosas del totalitarismo que se confunde a veces con la democracia básica del estado de opinión; no porque realmente enrede a nadie, es más bien producto de la ignorancia alfabetizada que produce la escuela colombiana. En qué inefable momento los maestros abandonaron por cuenta propia o víctimas de la sutil manipulación de los medios masivos de comunicación, el legítimo ejercicio intelectual de educar con la pasión del pensamiento crítico. Desde cuando se dedicaron a “dictar” clases sin incluirse y sin incluir a los otros. Para dar paso tristemente a un obrero obediente, a un trabajador sumiso que reproduce las ideas maquiavélicas del gobierno de turno sin pudor alguno. Desde cuando aquel docente que se formó en el alter ego de las ciencias, en las luchas sociales por las clases vulnerables y en el rigor de la investigación; entrega sin pena ni gloria su apostolado crítico a los mercenarios de las comunicaciones, al discurso patriota de las élites que engendra violencia interna y externa y al despótico accionar de los grupos al margen de la ley, y de aquellos que se amparan en la ley para destruir el desvencijado estado de derecho, que ya es letra muerta.
Creo que se debe seguir hablando en las escuelas y universidades del 20 de julio, del 7 de agosto y del 12 de octubre. No para ensalzar a los prohombres que alimentaron nuestras desgracias. Nunca para glorificar a quienes ejecutaron el genocidio de la conquista y mucho menos para enaltecer a los que a nombre de la colonia saquearon, violaron y masacraron a nuestros ancestros. El patriotismo debe emerger como una categoría conceptual que critique las raíces geopolíticas de los problemas que aun nos aquejan, debe ir más allá de la agobiada tricolor, debe subvertir el melancólico y en desuso “oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal”, debe reinterpretar con la caligrafía de las nuevas situaciones sociales una melodía que sea cantada a varias voces, por ejemplo: por las víctimas del conflicto que a la mayoría de las personas les hacen creer que no existe, así sean ellos mismos los mártires. Por los millares de desplazados que se quedaron sin nombre por cuenta de los estudios del gobierno; hoy los denominan con marcada ironía: migrantes. Por las silenciosas multitudes de miserables y pobres, los cuales ya el DANE no sabe con cual variable medirlos para identificar quién es más gobiernista o cual ocupará la siguiente fosa o el próximo falso positivo. Por los que no sabemos si están desempleados o se aburrieron de buscar un trabajo digno y por los que tienen “pleno empleo”, que en los argumentos de Pablo Gentili, es sinónimo de statu quo, de comodidad, de incapacidad para protestar, para pensar por sí mismo, o pensar en el otro; porque todos en algún momento somos el “otro”. Debe ser cantada esta novísima melodía por aquellos a los cuales nada le importa. Por los indiferentes que se autodestruyen a punta de indiferencia. Tal como lo expresara Martín Niemoller: “En Alemania primero vinieron por los comunistas, y no protesté porque no era comunista. Luego vinieron por los judíos, y no protesté porque no era judío; luego vinieron por los sindicalistas, y no protesté por no era sindicalista; finalmente, vinieron por mí, y no quedaba nadie para protestar por mí”. Contemplar anestesiados los destellos multicolores del neoliberalismo que agoniza no puede ser hoy día el papel de la escuela. Educación crítica que prohíje una pedagogía crítica, didácticas que critiquen los deleznables simulacros que reproducen resultados predecibles y sesgados. Percepción crítica que obligue al copietas a reprogramarse, que fuerce al de la estrategia inmune a que participe de la fiesta de los argumentos, del almíbar de la confrontación, de la interminable celebración del debate civilista, para salirle al paso a la próxima duda, pues quizá detrás de ella, esté el motivo que justifique la siguiente discusión, materia prima de la crítica ponderada y racional. No importa que sea para convalidar o refutar los constructos semánticos del escudo patrio que aun lucha denodadamente por representarnos.
 
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