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jueves, 8 de enero de 2009

HOMENAJE A LA PALABRA (Articulo)


Al comienzo de los tiempos, cuando las cosas aún no tenían nombre y nacían del albedrío de la naturaleza, cuando el tiempo era difuso e insospechado, cuando los elementos andaban por ahí y las cosas se confundían unas con otras; cuando no había orden, no había sonidos, ni ríos de aguas diáfanas, ni montañas derramando imponencia; cuando todo estaba en el sitio inesperado, cuando los hombres no habían sido creados, mucho menos los animales primarios; cuando el cielo era pura especulación y una mácula nacarada cubría lo que muy pronto se llamaría tierra, antes que eso ocurriera, ya existían las palabras. O cómo creen ustedes que a eso que no tenía nombre ni certidumbre se le pudo llamar de alguna forma. Caballos a los caballos, cuerpo al cuerpo, boca a la cavidad humana por donde florecen las palabras, cerebro a la fábrica portentosa en donde germinan las palabras, sentido a aquello que a veces no tiene sentido, mujer a la más perfecta criatura del universo, belleza a la mujer y a otras cosas que también son hermosas; por ejemplo la música: de la buena. Las palabras son el baluarte intrínseco del pensamiento. Todo lo nombra. Todo lo explica. Todo lo tipifica. Todo existe porque ellas así lo determinan. Todo, aún aquello que apenas se intenta pensar. ¿La vida? Podría haber vida sin la palabra que le de vida. ¿Los sueños? Podría haber sueños sin las palabras que los encarnen. ¿El amor? Podría alguien manifestar ese sentimiento sin acudir a las palabras. ¿La nada? Hasta ella existe porque las letras que conforman esa definición es una palabra. ¿Los Imposibles? Desde luego es imposible que las cosas imposibles no contengan palabras.

Hoy las cosas han cambiado poco. Las palabras siguen fundando la inteligencia de los hombres, los acuerdos de los seres humanos están llenos de palabras, las guerras y los grandes amores se sustentan en las palabras. Las hay dulces, tan dulces que exudan idilios al estilo de Romeo y Julieta, a la manera de usted o de cualquiera que se enamora a través de un papelito cargado de palabras. Las hay belicosas, coléricas e injuriosas. Usadas para transmitir iras colosales y odios inmarcesibles, al estilo de las que utiliza el Presidente Uribe cuando algo no le sale frente a sus contradictores. Las hay sublimes. Empleadas por la madre que ama desmedidamente a su hijo. Por la novia o por el novio que ensayan otro tipo de amor. Destilan suspiros cuando se pierden en el extraordinario escenario del despecho. Compendiadas a veces, las palabras en canciones o poemas, son el afrodisíaco más importante para que las personas pierdan la cabeza, ya no por lo que digan o el impacto que tengan las palabras, más bien por las sustancias con las que las acompañan.

Señoras y señores las palabras han hecho que la humanidad acontezca. Los mitos que acrecientan el imaginario del hombre y las leyendas más inverosímiles de la cultura no fueran conocidas si las palabras no hubiesen resplandecido para darles la gloria merecida. Los logros inimaginables de los héroes que jamás conocimos, las gestas titánicas que fascinan a los incautos son lo que son porque las palabras así lo quieren. Las pequeñas cosas que conjugadas edifican las historias comunes de las personas normales son repetidas de generación en generación precisamente porque a las palabras algún día se les antojo que existiese. ¿Qué tal la educación sin las palabras? Anodina, cierto. ¿Qué tal los argumentos sin las palabras? Sería el vacío absoluto. Aún el vacío necesita de las palabras para llevar ese nombre. Tengo una duda, muy respetuosa dicho sea de paso, ¿Qué fuese del mundo sin las palabras? Las señas, el lenguaje icónico, la publicidad. Estas están hechas de palabras también. Imaginen este escrito sin las palabras que homenajean las palabras. ¿Yo? Yo estoy hecho de palabras, dando por descontado que eso es un verdadero milagro, un milagro hecho de palabras. En estos días que se acerca otro Festival de la Leyenda vallenata en la capital del Cesar, que Gabo fue erigido como el Colombiano más universal por encima de Shakira, Juan Pablo Montoya o Juanes, que Cien años de soledad se tutea con Don quijote de la mancha, que la palabra está de fiesta, como al comienzo de los días, digamos nuevamente, como estrenando las palabras, que viva la palabra, para poder seguir expresándonos. Para poder existir. Hasta para existir es necesario que las palabras nos coloquen un respirador hecho de palabras.


NECROPCIA (Poema)


Los dedos encontraron la madriguera de la sangre.
Por la nariz, la piel, los ojos, la sociedad; la suma de los cuerpos.
El cuerpo era la historia del odio.
Sempiterno. Recurrente. Emocional. Óseo. Preverbal. Supraverbal.

La cultura de los enigmas estaba en los ojos traslúcidos.
Dudo que hubiese sido bueno. Sus manos quizás quedaron en el espejo.
El espejo tenía el rastro de los dolores. El cuerpo del espejo no era el mismo.
Sin embargo la sangre se negaba a adherirse a los dedos. Eran diez.

La espalda hablaba de los momentos finales. El orificio aún humeaba.
La piel cobriza recordaba su linaje aborigen. Olía a huida. A sumisión.
Dudo que hubiese sido digno. Sus voces se quedaron en la garganta del no.
Entre tanto los llantos sabían a mentira: transacción entre dolor y euforia.

El médico dijo: “lo mató el amor”. Una incoherencia dulce.
Cerró la corredera hasta cubrir la muerte. ¿Pudo?
El concierto de la tristeza se regó por el vecindario.
“Lo mató el amor”: dijo el médico, contradiciendo las teorías científicas.

Contradiciendo el manual de las certidumbre.
Siguió cortando el chicle a dentelladas.
Le supo a muerte pintada a mano en el rostro del presente.
El doctor prefería echarle la culpa al amor. ¿Podía?

 
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